09.10.2019 | Redacción | Opinión
Por: Sonia Rodríguez Acosta
Coach
Escribiendo versos una mañana de abril cuando el sol dejaba caer sus primeros rayos, la inspiración surgió por si sola y los ruiseñores del poeta comenzaron a cantar. Los pájaros alzaban el vuelo en libertad, las mariposas monarcas con sus colores infinitos coloreaban aquel cielo primaveral. Todo estaba en orden, sustentado por la cálida brisa que rosaba levemente el rostro de aquel humilde poeta que escribía versos de amor llamando a la puerta de los incrédulos para tocar su corazón. Un corazón tal vez maltratado o hecho pedazos, el poeta de la vida solo quería darle razones para seguir creyendo en el amor hecho poesía, en la canción y en la vida. “Haz de la vida una canción y de ella poesía” eso decía, el sabio poeta de la vida. Es entonces cuando los sorprendidos incrédulos comenzaron a creer, florecieron bosques, los manantiales llenos de agua otra vez y el mundo comenzó a crecer. El sabio poeta llevando sus versos de amor hizo al mundo girar de nuevo. El amor es la fuerza motriz que hace que todo camine a donde el corazón se incline. Si no hay amor todo se seca porque no hay agua que lo riegue. Es verano ya, cuando el poeta de la vida va a la orilla del mar a ver nacer las cálidas letras que la sal y la arena se funden al escribir. El calor del sol las hacen brillar y con ellas nacen muchos maestros para enseñar. Maestros llenos de sabiduría, cargados de amor para repartir. Repartir amor es la medicina más curativa, activa el latir de tu corazón haciéndote y permitiéndote sentir.” Sentir a veces que miedo da” esboza en un párrafo el poeta. Poeta de todo y de nada a la vez. Rarezas de la vida pero eternamente aprendiz. Aprendiz incluso de sus propios versos, cuando de su mente y alma no sale poesía. Sus palabras son cálidas y agradecidas, agradece al universo el tiempo de reflexión porque sabe que es una lección. Lecciones con escritura gruesa, a veces fácil de leer otras no. Leer versos a veces es complicado pero con amor se ve todo más claro. La oscuridad del invierno se acerca y el poeta teme tener menos horas de sol para poder escribir. De repente se da cuenta que el invierno no es problema sino su visión acercas de él. Repentinamente las letras en su cabeza van tomando forma, dando vida a nuevos versos que incitan a soñar. La oscuridad no es tan mala compañía. Gracias a ella podemos rediseñar la alegría. Dándole forma y color. Formas y colores que al poeta de la vida le saben a dulce como un pastel de chocolate con galleta crujiente por dentro, con una envoltura de suave chocolate delicadamente acariciado por almendras y nueces como un decorado. Así de sencilla y bonita es la letra que adorna los besos de cada verso que el poeta escribe. Un poeta libre y con alas que en otoño deja caer sus besos convertidos en versos, para florecer con más fuerza en la primavera dorada. Dorada como el sol penetrante del poeta amante de la vida.