29.10.2020 | Redacción | Opinión
Por: Sonia Rodríguez Acosta
Coach
Cuentan unos relatos de amor, que el sol se enamoró de la luna el primer día que la vio. La luna salió en la noche oscura y el sol no pudo encontrarse con ella, desde entonces la vio la más bella.
La esperaba sin cesar cada día, brillaba el sol para dejarle la calidez a la luna, esta volvía a salir sin percatarse que el sol latía por ella.
Cada mañana amanecía, de nuevo el sol salía sus destellos penetrantes nombraban a la luna, esa luna que volvía loco al sol, lo hacía brillar más que nunca. Y la luna brillaba porque su superficie reflejaba la luz del sol.
Un sol enamorado con un sueño anhelado, encontrarse con su luna querida y que esta lo amara para sentirla aunque solo fuese una vez.
El sol amaba la luna, con un amor bonito, hermoso y floreciente, le hacía crecer y sentirse libre, sabía que ese amor tenía un gran regalo dentro y estaba dispuesto a abrirlo.
Abrir su corazón y mostrar lo que llevaba dentro, así que decidió intentar conquistarla, vemos un poco más del brillo del sol sobre la luna cada noche.
Paso mucho tiempo hasta que el sol consiguió una cita con la luna, lo llamaron eclipse; donde la luna cubre totalmente el sol. Tuvieron tiempo para hablar, el sol enamorado miraba encantado a la luna.
Nunca había sentido algo igual, la luna sabía que él siempre estaba ahí, estaba loco por ella era palpable. Como era de esperar el tiempo pasó en un suspiro.
Los mismos suspiros que el sol guardaba, cada noche cuando soñaba con ella. Soñaba sin cesar que se encontraban, pero para desanimo del sol, ella desaparecía, “dios como me gustaría abrazarla” exclamo el sol entre lágrimas.
La luna quería solo su amistad pero nada más, el sol al ser consciente de aquello rompió en llanto su dorado rostro se llenó de pequeñas gotas de desamor.
Después de un tiempo el sol recordó el regalo que le trajo ese amor no correspondido, decidido corrió a abrirlo.
Había una cartulina gigante que ponía “este amor vino a enseñarte a amarte y a aprender a usar lo que sientes para que tus rayos brillen más que nunca”
Desde ese instante el sol comprendió que aunque nunca olvidase a la luna, sus rayos y su amor propio brillarían en el cielo azul mostrando su eterna luz.