04.11.2019 | Redacción | Opinión
Por: Ruth N. Gómez
Periodista y politóloga
Medalla al prestigio profesional Foro Europa, en el 2014
En esta ocasión quisiera ir escribiendo sobre todas esas cosas que, para bien o para mal, han cambiado la vida y el mundo. No voy a valorar si los cambios han sido mayoritariamente negativos o positivos. Vagamos entre modas y modismos, el absurdo maniqueísmo de muchas personas nos ha alejando de cualquier reflexión lógica. Es a partir de esas incongruencias en la que nos encontramos, que el ser humano puede atribuir significados conscientes e inconscientes, de una realidad que se ha postulado como simplista y etnocéntrica. Vivimos en una sociedad aturdida ante tantas y tan complejas repercusiones científicas, por eso se han de tratar por separado los desencadenantes de esos múltiples avances. Es cierto que los avances científicos han revolucionado la vida, hasta el punto de que se está tambaleando nuestra humanidad.
Investigaciones sin fin, modificaciones genéticas, fármacos que ayudan a nuestra supervivencia, o avances que mejoran la sociedad. Es verdad que vivimos más, pero la pregunta seria si en realidad somos más felices, o si hemos evolucionado. Los impactos tecnológicos sobre la vida, la convivencia o la salud comienzan a deshumanizarnos, y todo esto puede llegar a ser más que preocupante, ya que nuevas patologías saltan a la palestra.
Ahora vivimos en una sociedad digital construida en torno a redes personales y profesionales, operadas por redes digitales que se comunican a través de internet. Como bien sabéis, estas redes carecen de limites, globalizan el mundo, ya que la sociedad digital se compone de redes globales, es esta estructura social el resultado de la interacción entre el paradigma tecnológico emergente y la revolución digital, que se ha basado en determinados cambios socioculturales, con ellos han hecho su aparición lo que denominamos una sociedad egocéntrica. Si hablamos en términos sociológicos, estaríamos hablando del proceso de individualización y el declive de la comunidad humana, esa que es entendida en términos de espacio, familia, trabajo y adscripción en general. Casi pareciera que se trata del fin de la sociedad o la disolución de la comunidad establecida entre humanos, hay quien habla de que es solo una reinterpretación de las relaciones, pero crece ese individualismo y nos aleja de la vida en comunidades.
La aparición y evolución de internet nos ha sobreinformado con criterios de inclusión sin contrastar. En la actualidad, Internet es el medio de comunicación más utilizado en todo el planeta; lo utilizamos para socializar, para comunicarnos o para acceder a información con mayor inmediatez. Tanto por su accesibilidad como por su gratuidad, han hecho muy atractivo su inclusión laboral y social, hasta el limite de hacernos dependientes. Creo que hemos entendido mal las cosas, y en lugar de hacer uso responsable de una herramienta ventajosa como esta, hemos permitido que nos aleje de los sentimientos, lo esencial, lo humano y lo cotidiano. Los avances científicos, la investigación y el desarrollo tecnológico son los indicadores de progreso de un país, es esa carrera hacia lo intangible lo que nos va deshumanizando. Países compitiendo y ampliando estudios para llegar a un conocimiento supremo, pero según aumentan esos avances, la sociedad tiene que ir a mil en un continuo aprendizaje, nos falta tiempo para comprender, no se nos educa para asumir nuevos criterios. Estamos cada día más atrapados, se nos ha restado libertad, estamos localizados 24 horas los 365 días del año. Socializamos con los amigos y familiares vía mensajes y redes sociales, y los amores son enlatados y virtuales. Es verdad que estos medios facilitan el desarrollo de actividades comunes como el trabajo, la compra doméstica, las citas medicas y sociales, etc.... en esta gran plataforma encontramos todo. Podríamos sentarnos de por vida y hacerlo casi todo desde ahí, internet es el método de comunicación más popular entre la sociedad moderna. Los mensajes escritos volando entre cables han sustituido a las palabras, en cualquier ámbito ya sea personal o profesional, el principal medio de comunicación es internet y sus diferentes formatos, yo por globalizarlos los llamaré mensajes escritos, es verdad que tienen soporte audiovisual, ¿atractivo verdad?. Es normal encontrarnos con personal o trabajadores de cualquier empresa comunicándose a través de correos electrónicos. Se han normalizado estos avances, sin embargo, dejar de lado la vida real, lo cercano y humano es el gran error de este siglo. Cada día estamos más perdidos, ha aumentado el consumo de ansiolíticos y antidepresivos, la gente se siente más sola, apartados de lo real caminan por la vida como si no fueran a ninguna parte, una gran mayoría se ha sumado a una moda que no ha sabido asumir, llegando con ello a perder calidad humana. Una sociedad atrapada que camina como furibundos zombis colgados de sus móviles, tratando de vivir en las nubes, porque una moda dice que no eres nadie si no estas en las redes, y es verdad somos peces atrapados en la red a punto de asfixiarnos por falta de realidad.
Entre neurocientíficos y psicólogos tratan de enseñar inteligencia emocional, que contrarresten los efectos del caos que se le ha creado a los que viven rodeados de esa mal llamada inteligencia artificial. Lo absurdo de la ciencia o la ciencia de lo absurdo nos marca el paso, asumimos como bueno cada nuevo avance. Perplejos contemplamos lo incoherente de esta pobre humanidad, que busca desesperadamente el sentido y la razón. Las oposiciones existenciales hacen que necesitemos respuestas, ante el pensamiento absurdo que nos impone lo moderno, lo guay, y los clichés que pretenden definirnos como ganado en esta nueva era digital que esta plagada de paradojas, incongruencias y confusión.
Aunque es difícil entender donde estamos en la actualidad, y aunque pueda parecer paradójico esperar un desafío quijotesco, deberíamos analizar nuevos modelos sociales que nos vuelvan a humanizar, dando prioridad a los sentimientos reales y palpables, como los abrazos, las miradas o los besos. Igual lo que necesitamos es una revolución filosófica, porque esta ausencia de toda razón, ha de entender la inutilidad del sufrimiento, y dejar a un lado esa cotidianidad de la insensatez. Ya solo me queda decir que numerosos estudios nos advierten de que el uso intensivo de internet aumenta el riesgo de enajenación mental, aislamiento social, depresión o distanciamiento emocional.
Imagen: Ruth N. Gómez | CEDIDA