08.10.2017. Redacción / Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Tardó en manifestarse sobre los intentos secesionistas de unos sinvergüenzas corruptos, pero el pueblo español y catalán por fin se echó a la calle, harto de estupideces independentistas de unos descerebrados al servicio de ocultos intereses que persigue la desmembración de un Estado y que desean una Europa fracturada y débil.
Realmente impresionantes las manifestaciones del sábado en la Plaza de Colón y zonas adyacentes en Madrid, así como la presencia de cientos de miles de personas por el Paseo de Gracia de Barcelona este domingo.
Si fue contundente, pacífica y multitudinaria la concentración en la capital del país en la mañana sabatina, más emocionante fue la marcha de una mayoría silenciosa en la ciudad condal de una gentes normales, sencillas, que se sienten catalanas y también españolas y que, hasta ahora, estaban amordazados por unos terroristas sociales, que han querido imponer el silencio de quienes no estaban de acuerdo con sus planteamientos.
El pueblo se expresa y eso es positivo en toda sociedad. La gente ha explotado ante tanta presión mediática practicada por gentes de mente estrecha, que se ha creído estar en posesión de la verdad absoluta.
No hay cosa más bonita que contemplar la expresión espontánea de una masa humana, que por fin se manifiesta sin temor y que demuestra que la mayoría del pueblo catalán no desea la secesión, que no quiere oír de hablar de aventuras inciertas que comprometan el futuro de un pueblo.
Estas manifestaciones demuestran que los ciudadanos no quieren dictaduras, que no desean perder unas libertades conquistadas después de mucho tiempo de represión ideológica.
Diría, incluso, que estas expresiones populares han sido una verdadera explosión democrática, como un conjunto de fuegos artificiales, en las vísperas del 12 de octubre, día de la fiesta nacional. El español es un pueblo sufrido, acostumbrado a las más variadas veleidades de unos descerebrados, y aguanta y soporta lo indecibles, hasta que no ha podido más y se ha echado a la calle.
Estoy contento al contemplar las escenas de las calles de Barcelona, unas vías con la presencia de decenas de miles de personas, muchas de ellas portando las banderas catalana y española, la senyera y la rojigualda. Empezamos a centrarnos y a marchar por el camino correcto.