04.05.2018. Redacción | Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Pongámonos en los años sesenta en La Laguna, cuyo casco histórico albergaba muchas tabernas y algunas cafeterías. Entre los bares más famosos, El Castillo, El Refugio, Brasilia, Alaska, Alemán y El Congo.
En esa década vino a Tenerife un nutrido grupo de ecuatoguineanos con el fin de estudiar diferentes carreras en la Universidad de La Laguna, y especialmente en la Escuela de Aparejadores, que estaba situada en la calle Real (también llamada de San Agustín), en un edificio que hoy es sede de la delegación de la UNED en esta provincia.
Entre aquellos estudiantes procedentes de la entonces colonia española en el continente africano destacó un joven llamado Willy Jones, hijo de una adinerada familia de aquel país, que "vivía" prácticamente en el bar El Congo, alcoholizado hasta los huesos quien, por tener muchos posible, se dedicaba a invitar a todo ser viviente que pasara por aquel establecimiento.
En vista de que Willy no prosperaba en sus estudios y gastaba mucho, su padre decidió que volviera a Guinea Ecuatorial. Al poco tempo de su marcha, el propietario de El Congo cerró sus puertas. Los laguneros siempre achacaron aquel cierre a la partida del tal Jones, que había sido el principal cliente del bar. Al menos eso es lo que pensaron muchos laguneros por aquel entonces.
Así me lo ha contado mi querida compañera y amiga Rosa Domínguez Salavarría, una periodista de estirpe, con la que me reuní en el bar Carrera (antiguo Alemán) uno de estos días. Fue un reencuentro muy emotivo, porque hacía que no veía a Rosita hace más de treinta años. Lógicamente estamos más viejitos, pero seguimos con el mismo entusiasmo vital de siempre. ¡Qué quieren que les diga¡