17.02.2018. Redacción / Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
En octubre del año 1971 entró en erupción el volcán Teneguía, en tierra de Fuencaliente, en la Isla de La Palma, sin que los habitantes de la Isla presagiaran algo extraño hasta escasas horas antes de la salida de magma a la superficie terrestre, si bien fuentes militares estadounidenses sí avisaron unos días antes a las autoridades españolas de que el proceso eruptivo era inminente, dato que se supo años más tarde.
En octubre de ese año a mi me faltaba menos de un mes para cumplir los trece de edad y fui con mi hermana Matusa y con Gregorio Delgado, un amigo de la familia, a ver tan grandioso espectáculo de la Naturaleza.
Con los escasos enlaces por aire y por mar que entonces había entre las Islas, fue realmente difícil encontrar un hueco para viajar hasta La Palma, pero la compañía naviera estatal "Trasmediterránea", ante la gran demanda popular, envío un correíllo de refuerzo al Archipiélago, y pocos días después del inicio del proceso eruptivo, nos embarcamos en el buque "Ciudad de Huesca", un viejo barco, sucio, cuyos camarotes olían muy mal.
Tuvimos una travesía movidita debido al mal estado del mar entre Santa Cruz de Tenerife y la capital palmera (entonces no había enlaces desde el puerto de Los Cristianos, ni "fast-ferries" como ahora). Llegamos a la Isla Bonita a primeras horas de la mañana siguiente, donde nos esperaba un microbús de "Viajes Insular", que nos llevó a Fuencaliente por Los Llanos de Aridane (en lugar de por Mazo), estuvimos en el mirador de la Cumbrecita, desde donde se contempla la impresionante Caldera de Taburiente y tras almorzar en un restaurante de El Paso, reemprendimos el camino hacia el Sur.
Una vez en Fuencaliente, nos dirigimos hacia el volcán de San Antonio, desde cuya corona pudimos contemplar el espectáculo de la lava incandescente y las columnas de humo al llegar los materiales magmáticos al cercano océano. Números de la Guardia Civil impedían a todos los curiosos acercarse más al Teneguía y solo lo pudimos contemplar a varios centenares de metros, por el evidente peligro que entrañaba para nosotros adentrarnos más en la zona eruptiva.
De cualquier manera, la excursión valió la pena y permanece siempre en mi memoria. Me he acordado de este viaje (que hicimos a pesar de que mi abuela Pura nos aconsejó que no fuéramos, porque le tenía verdadero pánico a sucesos de esta naturaleza) otra vez, porque estos días se ha registrado un enjambre sísmico en la zona de Cumbre Vieja (que en realidad es geológicamente más joven que la llamada Cumbre Nueva) y han saltado ciertas alarmas, aunque es poco probable una erupción inminente, porque los seísmos están a quince kilómetros de profundidad y no se prevé una inyección de magma hacia la superficie, aunque eso nunca se sabe con certeza.
En el archipiélago de las Azores sí se teme una próxima erupción volcánica, porque estos días se han registrado varios terremotos de tal intensidad que han sido sentidos por la población de aquellas islas también macaronésicas, sobre todo en la de San Miguel. Veremos lo que ocurre en las próximas semanas.