28.10.2017. Redacción / Opinión.
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Victoria fue una mujer excepcional, natural de un pueblo del interior de Andalucía, que nunca salió de Zufre, una localidad onubense cercana a Aracena --que es cabecera de esa comarca-- y por ello mismo nunca vio el mar, a escasos cien kilómetros de distancia, en donde el Atlántico acaricia los kilómetros de playas rubias que se extienden por la costa sur de la Península Ibérica, a lo largo de la provincia de Huelva y de todo el litoral meridional del vecino Portugal.
Este ser humano encantador era una mujer rural, de vida sana y austera, físicamente pequeña y rechoncha que desbordaba alegría y optimismo, a pesar de haber tenido una existencia no exenta de problemas y de disgustos, como la muerte de un joven hijo suyo, que falleció ahogado en el embalse de la sierra, a partir de cuyo suceso vistió de luto de manera vitalicia.
Como ella, muchos habitantes de tierra adentro de la España continental apenas tuvieron movilidad física por su entorno y circunscribieron su presencia al pueblo del que eran naturales, porque en realidad no necesitaban salir de su aldea o de su pequeña población y tampoco existían las infraestructuras y los medios de transporte con los que contamos hoy en día.
No sé si la querida Victoria, que vivió casi un siglo, llegó incluso a subirse a un automóvil y, como ustedes habrán podido adivinar, nunca embarcó en una chalupa y mucho menos se subió a un avión. Tampoco lo necesitó, porque ella fue feliz a su manera en el entorno rural, donde uno creo que se vive de manera más sana y saludable, de forma más serena y menos precipitada que en las ciudades.
A los urbanitas, por lógica, no les gusta ese tipo de vida, porque son unos apasionados de las grandes ciudades, de los rascacielos, del ajetreo de las calles y no les importa que en esos núcleos poblacionales haya mucho ruido ambiental, excesivo tráfico o unos índices de contaminación nada recomendables, como le pasa, por ejemplo, al director cinematográfico Woody Allen, un enamorado convicto y confeso de Nueva York.
A mi no me gustan nada las aglomeraciones de gente, las multitudes, ni el trasiego diario de miles de personas, algo que me parece insufrible en determinadas horas del día. Por eso prefiero la tranquilidad que ofrece el campo y no soy desde luego el único.
No sé si ustedes se han percatado del éxodo poblacional que aquí mismo, en la isla de Tenerife, se ha registrado en los últimos años, con innumerables traslados de residencia de habitantes del área metropolitana hacia zonas periféricas de la conurbación Santa Cruz-Laguna, en busca de una mejor calidad de vida, a pesar de que ello tenga el inconveniente de depender de uno o varios automóviles en el seno familiar para los desplazamientos diarios a la ciudad.