Vale la pena

09.03.2025 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

 adebernar@yahoo.es

La vida hoy es una extravagancia. Un contrasentido o si me pongo delicado, una singularidad. Hacer compras es cada vez más caro. Sea lo que sea. Desde una casa a unos calcetines, salvo que los pidas a Shein. Los precios suben constantemente. Los salarios no tanto. Y eso que nos encontramos en época de subidas, vamos a decir, perceptibles. Algo hemos mejorado. No tanto como lo hacen el resto de cosas.

 El dinero, cuando lo hay, se guarda en un banco que, a pesar de que entre todos lo rescatamos, decide cobrarte una comisión por el simple hecho de tenerlo depositado ahí. Para que luego digan de los alquileres de pisos, no hay alquiler más caro que el que están cobrando las entidades de la usura. Cuesta entenderlo, la verdad, cobrar esas barbaridades, con unas comisiones injustificables, por guardar tu dinero. Sí, el tuyo… Y no digamos, si son ellos los que tienen que prestártelo.

 Nos asombramos con el despotismo del matón que rige la Casa Blanca pero quizás no deberíamos sorprendernos tanto, dado el nivel de concesiones que graciosamente y sin que tenga gracia alguna, aceptamos en nuestro día a día de estos “tiranos” que “nos facilitan la vida”. Y que encima, hasta si usted en algún momento puede darse el lujo de ir a arreglar algo en persona, deciden que precisamente, en esas horas, no te atienden. Con un par. Siempre recuerdo una vez que acompañé a un amigo a una sucursal bancaria que según entramos me dice: -Ves esa jardinera, y ese sillón y aquel cuadro tan aparente? Pues son míos. -¿Perdona? –Bueno, no son míos, pero los he pagado yo. No hay más preguntas, señoría.

  No es el único contrasentido. Si alguien tiene necesidades especiales, para solicitar ayuda –pongamos por ejemplo la ayuda por una dependencia- como no tengas un doctorado en paciencia y otro en administración de papeleo, lo llevas crudo. Y aun así, no hay garantía de que esa ayuda llegue antes de que esa persona deje de necesitarla. Cuántos se han ido antes de que pudieran disfrutarlo.

 Puedo seguir enumerando las “singularidades” que hacen cada vez más incomprensible nuestra existencia... Como cuando aparece un problema y hay que llamar a un servicio técnico, o a una administración: ya es una tarea imposible hablar con un ser humano y solucionarlo. Hace nada les hablé de la inseguridad de los seguros. Tremenda contradicción. Y entonces, me pregunto: ¿cómo llegamos a este nivel de desconexión entre la vida que vivimos y la vida que nos empujan a vivir? ¿En qué momento aceptamos esta especie de contrato social? Pues, aun así, la vida continúa. Y continúa porque queremos vivirla. Nos aferramos a ella porque está llena de pequeñas penas y de alegrías que nos hacen sentir que vale la pena estar aquí. Sobrevivir. Charlar con tu madre que te mira y te siente. Con tus hermanas. Ver a tu hermano que se contenta con saber que estás ahí. Sentir a tus hijos. Ver ese partido con tus amigos. Disfrutar con esa orquídea que por fin se decidió a enseñarte sus flores...  Y en esta existencia llena de contrasentidos, tenemos que obligarnos a recordar constantemente lo que importa en nuestra vida y anclarnos en eso. Para no perder la esperanza. Para poder ser. Y a pesar de todo.

 Feliz domingo.

PD. Ayer fue el día de la Mujer. Gracias: por lo que sois, por rebelaros, por lo que lucháis, por coincidir. Perdón: por los agravios, por el ninguneo, por los abusos, por las injusticias. Aún así, sois lo mejor de esta vida.

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