Para garantizar la independencia de los tres poderes en un Estado de Derecho es absolutamente imprescindible que no haya intromisiones de uno en otro, por lo que parece que en nuestro país ha llegado ya la hora de proceder a una profunda reforma del Poder Judicial.
La reciente y tan polémica sentencia del Tribunal Supremo sobre quién debe pagar los gastos del impuesto de actos jurídicos documentados cuando se firma un crédito hipotecario de una entidad bancaria con un ciudadano viene a colmar el vaso sobre la supuesta independencia política de los altos órganos judiciales del país y pone en entredicho en toda Europa el prestigio de la Judicatura española.
Aunque a muchos les parezca algo sin importancia, la cuestión no es nada baladí, entre otras cosas porque tanto el Tribunal Supremo como el Constitucional tendrán que decidir cuestiones trascendentales para el futuro de España y tendrán que dictar sentencias tan comprometidas como las que han de referirse al ilegal proceso de independencia de Cataluña y que afectará a decenas de personas implicadas en delitos tan graves como los de rebelión, sedición, malversación de fondos públicos y utilización de instituciones políticas con fines partidistas.
En el pasado reciente ha habido varios intentos, por parte del Poder Ejecutivo, de proceder a una profunda reforma de los órganos decisorios de la Judicatura, pero esos intentos no prosperaron por determinadas causas. Esa reforma debe estar encaminada a una democratización del propio Poder Judicial y que sean los jueces quienes elijan a los magistrados para ejercer responsabilidades mayores, y no los grupos parlamentarios quienes designen a los miembros del Supremo y del Constitucional, como hasta ahora, en función de las inclinaciones políticas y las afinidades de los jueces.
Y otra asignatura pendiente en este país nuestro es la modernización y agilización de la Administración de Justicia, que es una de las más lentas del mundo mundial. Ya se sabe el dicho de que una justicia que decide tarde es muy posible que sentencie mal.
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Fotografía: Luke Palmer