09.08.2020 | Redacción | Opinión
Por: Óscar Izquierdo
Presidente de FEPECO
Estamos sufriendo unos momentos complejos, difíciles, que conllevan mucha incertidumbre. Se ha instalado, en todos los ambientes, el miedo a lo porvenir. No sólo por la crisis sanitaria, sino también, por los bandazos, muchas veces incomprensibles del gobierno central, con improvisaciones constantes e instalados en la posverdad, que provoca malestar, irritación y demasiada confrontación. También es cierto que la oposición, juega más al cortoplacismo del desgaste del ejecutivo que, a coadyuvar a la solución de los problemas, que no cabe duda, se presentan enormes a corto plazo, con una recesión, que puede traer un estancamiento económico evidente. La pandemia del Covid-19, está trastocando la convivencia ciudadana, poniendo en un brete la seguridad personal y también la estabilidad de nuestra economía. La pérdida de competitividad a nivel global es significativa y en todos los países hay una caída, como nunca del PIB. Sectores económicos de primero orden, como el turismo, están reinventándose a marchas forzadas, para solventar su propia supervivencia. El comercio también sufre las consecuencias y está poniendo en marcha acciones concretas, para paliar los cuantiosos daños que soportan. La industria pierde fuelle al disminuir considerablemente la demanda ciudadana de productos manufacturados. Todo parece entrar en una dinámica negativa, pero, sobre todo, compuesta de un desasosiego que perturba el ánimo, propiciando la paralización en la toma de decisiones o lo que es peor, asumiendo las inconvenientes.
La cuestión social es grave, con miles de personas o núcleos familiares pasándolo verdaderamente mal, por lo que procede a tomar acciones eficaces para aliviar lo que sea conveniente. Las administraciones públicas tienen que servir para ayudar en casos extremos, aportando la ayuda pertinente. Pero no podemos quedarnos ahí, sería un parche, no la solución. El trabajo aparte de dar dignidad personal a cualquiera, es un medio para conseguir seguridad económica, por lo que es la mejor política social que se haya inventado. El empleo es lo que revitaliza, a nivel individual y social. Pero también es verdad, que los ingresos de las administraciones públicas están sufriendo una merma significativa, como consecuencia de la paralización económica. Eso exige buenos gestores, que sepan dilucidar con acierto, donde hay que gastar con mayor provecho. Del cielo, cual maná, no vienen los ingresos públicos, proceden de los impuestos que pagan, principalmente las empresas y también los ciudadanos, por lo que es imprescindible incentivar la iniciativa privada, a través de un tejido empresarial fortalecido a través de las licitaciones. La inversión pública en infraestructuras no debe recortarse, al contrario, hay que mantenerla y si es posible aumentarla. Porque la actividad es lo que mueve y el impulso es lo que arrastra. Invertir en obra y vivienda pública es asegurar el trabajo o el empleo y la mejor dinámica para asegurar la reactivación.