22.07.2019 | Redacción | Opinión
Por: Óscar Izquierdo
Presidente de FEPECO
La verdadera realidad de Tenerife no es la publicada o publicitaria de los responsables públicos isleños, acostumbrados al buen vivir del erario, pensando que los demás están en las mismas condiciones. Todo lo contrario, hay mucha precariedad, acompañada de incertidumbre y malestar. La verdad es que nos encontramos con una isla atascada, estancada e inmovilizada y no sólo por las colas en nuestras carreteras, sino porque no hay liderazgo suficiente que impulse la actividad económica que se resiente de esta pasividad. Está todo por hacer, porque no se ha comenzado casi nada. Necesitamos fortaleza que ilusione, más que promesas repetidas o gastadas. El poeta latino Horacio ya lo advertía al decir que: “Las muchas promesas disminuyen la confianza”.
La industria de la construcción se está paralizando en Tenerife y en cambio, se mueve en Gran Canaria. Algo para pensar y sobre todo reaccionar. La isla está sumida en una inquietante apatía por la falta de competencia de los que tienen la obligación de empujar, que propicia que esté sin visos de mejora, si no se cambia la dinámica gestora, haciéndola realista y efectiva. El tejido empresarial y la iniciativa privada quieren trabajar, pero se lo impiden sistemáticamente los obstáculos burocráticos y la ineptitud de algunos responsables públicos, que estorban más que sirven. Urge una revitalización económica, que tiene que pasar por la potenciación de la actividad constructora, verdadera generadora de riqueza social y del empleo, que en estos momentos, se ve frenada por un muro infranqueable, que es una administración pública lenta, obsoleta y paralizante, que impide la edificación, por las continuas pegas, retrasos e inconvenientes en la concesión de licencias y por otro lado, porque no hay manera que se ejecuten las obras de carreteras y demás infraestructuras imprescindibles para un desarrollo sostenible.
Que la construcción en Tenerife, esté acusando un enfriamiento, se debe a causas externas al sector, como son la poca operatividad de las administraciones públicas en sus distintos niveles territoriales; el aumento significativo de la economía sumergida en las obras de reforma, rehabilitación e intermediación inmobiliaria; la lentitud en la resolución de los expedientes y especialmente las licencias de obras; el colapso en que están instaladas las oficinas técnicas municipales; las deudas de los ayuntamientos con las empresas; la falta de proyectos y licitación de obra pública y el retraso histórico de las obras de carreteras. En fin, lo de siempre y que no se arregla nunca. Se podría empezar con lo que dice la sentencia de Descartes: “divide las dificultades que examines en tantas partes como sea posible, para su mejor solución”.
Cuando algo no funciona, hay que cambiar para mejorar, porque seguir insistiendo en los mismos errores que han llevado a Tenerife a estar en la cola de Canarias, no lleva sino a más frustración, pérdida de confianza y retroceso económico. Hay que curar al enfermo que está en encefalograma plano y que no admite demoras. Para eso, la mejor medicina es la construcción, porque “obras son amores” como dice el refrán y la experiencia resalta que cuando se ejecutan las respectivas obras en viviendas o carreteras, empieza una dinámica de crecimiento económico generalizado, con implicaciones positivas en el empleo y en la cohesión social. Por lo tanto, los remedios se saben, lo que falta es la valentía suficiente para aplicarlos. La construcción es el motor que da fuerza a todo lo demás, es cuestión de atreverse a emprender para concluir, porque Tenerife tiene que arrancar.