19.08.2017. Redacción / Opinión.
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
A raíz de los terribles atentados terroristas cometidos por jóvenes yihadistas radicalizados, en los que ha habido, de momento, catorce víctimas mortales y más de un centenar de heridos, el valor que le damos cada uno a nuestra propia existencia ha vuelto a ser un asunto de debate muy actual, porque no todo el mundo aprecia la existencia terrenal de la misma forma y manera.
Dialogamos este viernes, durante un almuerzo familiar sobre este tema de tanta trascendencia y hubo quien manifestó que para él lo más importante de este tránsito terrenal es la propia vida, con independencia de otras consideraciones, sentimiento personal muy respetable, con el que se puede estar o no de acuerdo.
Para quien escribe estas líneas el valor de la vida siempre ha sido relativo, por cuanto siempre todo aprecio depende de situaciones, condiciones, circunstancias, casualidades y causalidades.
Siempre me ha sorprendido la reacción de nosotros mismo ante la muerte y el hecho de que muchos individuos que practican determinadas religiones, como la católica, temen al fin de la existencia personal en este mundo, cuando curiosamente dicen tener una fe inquebrantable en el la vida de ultratumba que, según ellos, se convertirá en algo eterno cuando expiremos.
He visitado lugares de este planeta donde la vida humana no se valora absolutamente nada, en sociedades muy marginales y depauperadas, donde el simple hecho de estar vivos es puro milagro y donde realmente se existe por el simple hecho de existir.
En los países occidentales desarrollados la vida es muy valorada y muchas personas llegan a invertir grandes cantidades de dinero para prolongar su presencia física en un mundo que se está deshumanizando progresivamente y creo que incluso estamos involucionando en algunos valores éticos y morales fundamentales.
Reconozco que soy tanatófobo, que temo a la muerte --como la mayoría de las personas que conozco--, pero es un miedo que no me obsesiona, porque pienso que la propia existencia y su duración temporal depende de un cúmulo de circunstancias muy casuales y aleatorias, y por mucho que uno se empeñe en evitar un fatal desenlace, el final de la vida llegará siempre, más tarde o más temprano, aunque parece que hay seres que piensan que van a ser eternos.
Creo que la vida terrenal dura lo que dura, lo comprendamos o no, y su duración no solo depende de nosotros mismos, sino de un conjunto de circunstancias y situaciones. Me estoy acordando, ahora mismo, de una joven española que casualmente ha sido testigo presencial de los últimos atentados en Londres, París y Barcelona, de los cuales ha salido felizmente ilesa... Por eso creo a pies juntillas en el destino, provoquemos nosotros mismos determinadas situaciones peligrosas o no.
Ustedes, amables lectores, ¿qué piensan sobre todo esto? Hasta otra ocasión.