19.03.2018. Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Siria sigue siendo la gran despojada de sus derechos; de su libertad y la gran víctima de aquellas potencias militares que insiste en seguir asesinando a miles de niños y mayores sin ningún tipo de conciencia humana.
Hace casi siete años que la guerra de Siria comenzó y la situación humanitaria sigue siendo muy grave. Más de la mitad de la población que había en Siria antes de la guerra o han huido o han perdido la vida.
Un país sumido en una situación de pobreza y violencia. Personas que viven en regiones como Ghouta Oriental están en peligro al estar atrapadas en este enclave, que lleva sufriendo constantes bombardeos. Actualmente en algunas partes de la región, los niveles de destrucción son incluso mayores que en el momento álgido de la crisis de Aleppo en 2016.
Alrededor de 2,4 millones de sirios, más de 8.000 al día, huyeron de sus hogares en los primeros nueve meses de 2017 y 1,5 millones se desplazarán en 2018. Los niños y niñas sirias no van a la escuela y corren el riesgo de convertirse en una “generación perdida”.
Por otro lado, muchas mujeres en Siria han sido víctimas de la explotación sexual por parte de hombres encargados de entregar ayuda en nombre de organizaciones benéficas, según revela la BBC. De acuerdo con relatos de trabajadores humanitarios, los hombres responsables han intercambiado alimentos a cambio de favores sexuales, una situación que continúa en el sur de Siria a pesar de que hace tres años se hicieron advertencias. Mientras tanto, la atención del mundo se centra en los horrores perpetrados por el Estado Islámico en otras partes de Siria, Alepo sufre el terror cotidiano de los bombardeos con dinamita del régimen de Bachar al Asad. Unos crímenes menos mediáticos pero más mortíferos.
De los dos millones de personas que vivían al inicio del conflicto en el este de la ciudad -la entonces próspera capital económica de Siria- apenas quedan hoy 300.000. Alepo es un entramado de calles vacías, colegios cerrados, tiendas saqueadas, niños traumatizados, mujeres que duermen vestidas, maletas hechas al lado de la puerta. Y el terror a que caiga el próximo barril bomba.
“Un barril bomba es como un bidón para transportar petróleo, que se llena de explosivos y metralla y se lanza sobre la población civil. Es imposible hacer puntería. No se dirige a un objetivo determinado. Se lanza en zonas muy pobladas para hacer el mayor daño posible”, explica Carlos Francisco, que coordina las operaciones de Médicos Sin Fronteras para Siria desde la frontera, durante la presentación del último informe de la organización. Desde finales de 2013, los ataques con barriles bomba han causado miles de muertos y mutilados, y han provocado un daño devastador en infraestructuras y viviendas.