03.12.2016. Redacción
Por: Mari Carmen García Mora
Psicóloga Sanitaria
Colegiada T-1412
Hay épocas del año en que todos queremos tener una imagen perfecta: estar más delgados, lucir más jóvenes. Cuando llega el verano o ahora para las fiestas de Navidad queremos lucir mejor. Intentamos ponernos a dieta, hacer deporte, cambia nuestro estilo de vida. Unos lo logran y otros no. Esto no es normal y no tiene porqué crear ningún problema o trastorno.
Sin embargo, hay una edad en que este deseo de agradar y una buena imagen puede convertirse en una obsesión que conduzca a un trastorno alimentico: la adolescencia.
Vimos en un artículo anterior, que la adolescencia se caracteriza entre otras cosas por la búsqueda de definición como persona independiente de tu familia de origen y por la importancia de los grupos de iguales.
Pertenecer a un grupo, seguir las normas de este grupo y lucir igual que ellos se vuelve su motivación principal. Por eso es tan importante para ellos la imagen y en este caso el peso. Vivimos en una sociedad que premia la delgadez y las modas y las grandes industrias textiles colaboran vendiendo ropa de tallas que cada día son más pequeñas.
Ante tanta presión pueden surgir los temidos trastornos alimentarios: anorexia, bulimia nerviosa y obesidad.
La anorexia se caracteriza por el rechazo de un peso que es normal para su estatura y edad. El adolescente tiene un miedo irracional a estar por encima de su peso ideal. Presentan una ansiedad elevada, con distorsión de la imagen corporal y negación de la enfermedad. Básicamente no comen, o comen en público y pocas cantidades. Esta conducta les lleva a sufrir importantes consecuencias tanto físicas (amenorreas, anemias, etc.), como psicológicas (ansiedad, depresión, fobias, aislamiento social, etc.) y que ponen en peligro su vida.
En la bulimia nerviosa se da una preocupación excesiva por la comida que da lugar a episodios repetidos de ingesta excesiva de alimentos así como práctica de medidas extremas para controlar el peso (vómitos, abuso de laxante, consumo de fármacos, ayuno,...).
Estos trastornos no son debidos a la relación de los adolescentes con la comida, se dan por combinación de problemas emocionales, familiares, sociales y culturales.
Según estimaciones del Servicio Canario de Salud, en Canarias unas 80.000 personas estaban siendo tratadas por trastornos alimenticios. Aunque estos trastornos alimenticios se dan en cualquier edad, los rangos de edad donde la prevalencia es mayor es entre los 12 y 15 años, y entre los 20 y 25.
La mejor medida para frenar estos trastornos es la prevención.
Algunos síntomas que alertan de que nuestro adolescente puede estar desarrollando algún trastorno de este tipo, serian:
Restricción voluntaria de alimentos con alto contenido calórico
Disminución o exceso del consumo de agua o líquidos
Conductas extrañas relacionadas con el hábito de comer: comer de pie, cortar los alimentos en trozos pequeños, al acabar buscar pretextos para ponerse en movimiento...
Aumento de la actividad física o incluso ejercicio compulsivo
Aumento de las horas de estudio
Disminución de las horas de sueño
Irritabilidad y cambios de humor
Síntomas depresivos
Preocupación excesiva por el peso
Trastorno de su imagen
Negación de sensaciones de hambre, sed, sueño y fatiga
Desinterés por actividades de ocio
Almacenamiento de comida en distintos lugares
Consumos intensivos de chicles sin azúcar
Consumo excesivo de tabaco para disminuir la ansiedad de comer
Rechazo a las comidas sociales
Vómitos auto provocados
Disminución del rendimiento escolar
Negación de la enfermedad
Dificultad de concentración y aprendizaje
Sensación de culpabilidad
Baja autoestima
Intensa vida social con intervalos de aislamiento
Si llegamos a pensar que nuestro hijo tiene un trastorno alimentario, lo primero sería acudir a un especialista y pedir asesoramiento, pero quizás más importante sería mostrar todo nuestro apoyo. No nos podemos olvidar que nuestro hijo está sufriendo y que no sabe qué hacer con el problema que tiene.
Tendremos que analizar nuestras conductas alimenticias y plantearnos cambiar hábitos que no sean sanos.
Al mostrar el apoyo a nuestro hijo podemos lograr mayor cohesión familiar, ayudarlo para que tenga una mejor autoestima y para que desarrolle estrategias para hacer frente a los problemas.
Establecer conductas como que la familia coma junta, hablar de alimentación saludable, hacer deporte juntos, y todas aquellas conductas saludables recomendadas, servirán para la prevención de estos trastornos y para que el adolescente tenga una buena base en su transición a la vida adulta.
Y recuerda, siempre acude a un profesional si ves que la no puedes con el problema.