Silencio administrativo

09.03.2020 | Redacción | Opinión

Por: Óscar Izquierdo

Presidente de FEPECO

Ya estamos viviendo plenamente lo que se ha denominado la cuarta revolución industrial, caracterizada por la digitalización, globalización y la máxima conectividad. Lo cual produce cambios personales y sociales, además de transformar el sistema económico. La incorporación de las nuevas tecnologías es un hecho irrefutable, que nos envuelve, condicionando nuestro quehacer diario en todos los ámbitos. Esta transformación, que no cabe duda implica progreso, nos tiene que hacer tomar conciencia de la responsabilidad que tenemos para asumir lo novedoso, incorporarlo y hacerlo fructificar. Las posibilidades son enormes, las ganas se suponen, la capacidad se forma y los resultados dependen de la implicación. Klaus Schwab presidente del Foro Económico Mundial ya lo ha puesto de manifiesto cuando dijo que “la cuarta revolución industrial afectará la esencia misma de la experiencia humana”.

La utilización de la tecnología no es que sea buena, sino deseable, pero claro está que, si no significa simplificación, rapidez y utilidad, entonces no sirve para nada. Esto es lo que suele pasar en las distintas administraciones públicas, que se mueven muy lentamente, siendo organismos sin ganas de transformación, es más, les da pánico cualquier novedad a introducir. Se sienten cómodos con aquello de que “siempre se ha hecho así” y, por lo tanto, hay que continuar con la misma dinámica, sin pararse a reflexionar o cuantificar los resultados. Paralizando a través de engorrosos procedimientos, lo que ya de por sí va indiscutiblemente sosegado. Los rodeos a los que hacen pasar a los administrados, con contradicciones internas en muchas ocasiones, es la tónica resultante de la arrogancia de quien se cree en la posesión de un poder indiscutible e indiscutido. Esta situación generalizada lleva a un choque frontal con la realidad cotidiana, exigente y resolutiva, que significa la iniciativa privada y el mundo empresarial. Trepidante en su actividad y en el acontecer que provoca, avanzando por delante de los acontecimientos, con técnicas inmediatas y procedimientos productivos avanzados. Son dos vías que circulan en distinta dirección, es más, se enfrentan continuamente, provocando choques paralizantes. En la sociedad de la inmediatez, no se entiende el calmoso ritmo de la gestión pública, ajena a las necesidades acuciantes del tejido empresarial y de la ciudadanía en general.

El tiempo hay que aprovecharlo, es una máxima de la eficiencia y del rendimiento. Cuando se pierde, se desperdicia la mayor riqueza que tenemos, tirando por la borda, la capacidad de creación. Si la Administración Pública no da ninguna señal de vida, cual encefalograma plano, es la desesperación absoluta y la impotencia forzosa, reflejada en el silencio administrativo negativo, a saber: “transcurrido el plazo para resolver sin haberse dictado resolución expresa, la solicitud podrá entenderse desestimada”. Eso sí, incumplir los propios plazos entra dentro de lo normal e incluso de lo aceptable, porque así sucede repetidamente, por otro lado, la administración es implacable con los plazos ajenos, que se tienen que cumplir de manera perentoria. Siempre encuentran la disculpa precisa para justificar su falta de operatividad, no hay suficiente personal, escasean los recursos o se sufre una carga de trabajo que no da para más Es la aberración absoluta de la inutilidad consentida. El mencionado profesor Klaus Schwab sigue poniéndonos en antecedentes al manifestar que “estamos al borde de una revolución tecnológica que modificará fundamentalmente la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos”. Esta máxima parece que se ha quedado a la puerta de los despachos públicos o porque están cerradas, no hay nadie o sencillamente no responden. Es la incompetencia que frena la actividad económica, propiciando el desencanto. La solución se llama productividad.

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