30.03.2020 | Redacción | Opinión
Por: Óscar Izquierdo
Presidente de FEPECO
Nadie ha estudiado para enfrentarse a esta crisis sanitaria, que también es ampliable a otros aspectos vivenciales, siendo global e inédita. Si podíamos estar preparados para una situación coyuntural, local y predecible, pero desde luego, no para afrontar una pandemia mundial, que está paralizando, no sólo la actividad económica sino la entera sociedad, en un confinamiento hogareño, que pone a prueba las capacidades de aguante, convivencia o paciencia. Desde luego, pocos gobiernos han sabido o están lidiando esta situación con eficacia. Todo lo contrario, la improvisación, la tardanza en tomar decisiones cruciales y en muchos casos difíciles, ahondan la preocupación a todos los niveles. La improvisación ha sido la tónica, por lo que los resultados son preocupantes. Ahora no es el momento de la crítica, llegará y se hará cuando sea oportuno, pero si campa un pensamiento generalizado en los ciudadanos, sobre la irresponsabilidad de algunas decisiones tomadas y la capacidad de los dirigentes públicos que tenemos, para asumir los difíciles retos a desafiar. Se demostrará con el tiempo su idoneidad.
Es humano el desasosiego en el tejido empresarial ante la paralización del sistema económico y las consecuencias que tiene y puede llegar a tener en la propia supervivencia de las empresas. Ahora todo es complicado, no se ven sino los aspectos negativos, que no cabe duda son muchos, pero la característica del emprendedor es precisamente sobreponerse a los inconvenientes, quitar obstáculos, derribándolos y pasando sobre ellos, no haciendo caso a los impedimentos y verlos como un acicate para seguir avanzando, porque los escollos se ganan a base de esfuerzo, ingenio y perseverancia. Ahora es el momento de las oportunidades, por lo que hay que estar en una continua alerta, para aprovechar cualquier rayo de luz que aparezca. Hay que aprovechar el tiempo, en una aparente pasividad, para repensar y recomenzar si es el caso o para continuar si es factible. Siempre me ha gustado la frase de Julio Cortázar: “nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”.
No hay que dejarse achicar por nada, ni por nadie, ser audaces es una obligación. La capacidad para emprender acciones poco comunes sin temer las dificultades o el riesgo que implican, es un valor para ganar diariamente, poniéndolo por obra, a pesar de los pesares e incluso costándonos demasiado. No se trata de ser imprudente, porque hay que ser reflexivos ante ciertos acontecimientos o actividades, sobre los riesgos posibles que estos conllevan y adecuar o modificar la conducta para no recibir o producir perjuicios innecesarios, ni al que lo hace, ni por supuesto a los demás. Como decimos en Canarias, hay que hacer todo con fundamento. Los valientes son los que triunfan o por lo menos, los que están contentos consigo mismos. Reaccionar es lo que toca, no quedarse parados, asustados o sumisos. Es imprescindible responder a las asechanzas, recobrando el ímpetu que hizo en su día constituir la empresa. El miedo se lo dejamos a los indolentes o perezosos.
La coyuntura no es para quedarse paralizado, todo lo contrario, hay que empujar para arrastrar. Amilanarse es ser pusilánime, demostrando poco ánimo y falta de valor para emprender acciones, enfrentarse a peligros, dificultades o soportar contratiempos. El miedo es paralizante e impide crecer, evolucionar y progresar. Hay que insistir en mantener viva la empresa, incluso con una disminución notable de la intensidad, la actividad o el rendimiento, pero conservando el ralentí, porque el desaliento está prohibido y la falsa prudencia hay que desecharla. Recuerda que si nadas no te ahogas.