21.06.2017. Redacción / Opinión.
Por: Laura Zerpa Sánchez
¿Qué ha pasado?
No puedo evitar repetirme esta pregunta cada vez que me invitan a un cumpleaños.
¿Qué ha pasado?
Recuerdo con añoranza los cumples de no hace tantos años en los que toda la familia se reunía en el domicilio familiar, en el garaje o en la azotea para homenajear al cumpleañero. Las cosas eran mucho más sencillas: unos platos, vasos y cubiertos de plástico, botellas de refresco, sándwiches variados cortados en triangulitos, papas de bolsa a tutiplén y golosinas, música típica de cumpleaños para ambientar y lo mejor de todo: una enorme tarta casera que solía ser de chocolate y galletas. Si la cosa se venía arriba a lo mejor había piñata para los niños al final del evento, pero eso era todo.
Los niños pasaban horas y horas correteando por todos lados y relacionándose con los familiares y con los otros niños mientras los padres charlaban animadamente entre ellos e interactuaban con el resto de niños.
¿Qué ha pasado con los cumpleaños? Esos cumpleaños tan sencillos están en peligro de extinción por culpa de los Chupipark, Chiquipark, Pekepark y demás Divertipark que se han extendido por todos lados prometiendo un cumpleaños diferente e inolvidable.
He ido a varias de estas modernas celebraciones y en todas he logrado el mismo resultado: decepción.
Para empezar, la comida es una auténtica basura: en muchos casos los padres nos morimos de hambre mientras vemos a nuestros hijos comer un pequeño perrito caliente y algunas golosinas acompañadas de bebidas carbonatadas. En los mejores casos los padres podemos disfrutar el lujo de poder picar un poco de tortilla o incluso algo de pizza, acompañada por unas aceitunas y aún más refrescos, eso si quieres comer gratis y no gastarte un euro claro. Si deseas salirte del plato y pagarte algo para picar, vete preparando la cartera porque te vas a asustar. Hasta el agua te la cobran a precio de oro.
Aparte de la comida, veo otro fallo en este tipo de cumpleaños. En mi época, toda la familia se reunía y el cumpleañero disfrutaba de la compañía de sus parientes más allegados y de sus amigos más cercanos. Sin embargo, en estos cumpleaños tan modernos, la zona de juegos está separada de la zona donde se sitúan los padres, los niños juegan y corren como locos mientras los padres permanecen sentados en las mesas charlando hasta que llega la hora abrir los regalos.
La hora de abrir los regalos… Ese es el momento más delicado. Es entonces cuando pueden surgir todos los problemas y las riñas. Los padres observan los regalos que realizan los demás. Cuanta más cantidad, más elevado el precio, más original y extravagante, mejor quedarás. Es una especie de competición y hay una ley no escrita que te obliga a llevar un gran regalo o a colaborar aportando una suma determinada de dinero siempre que te invitan a uno de estos cumpleaños. Porque si tienes la valentía de presentarte sin regalo, tu hijo será el único que no le entregue al cumpleañero su obsequio y corre el riesgo de ser el objeto de todos los comentarios despectivos. “Pues Antonio y su mamá no me han regalado nada, ya no me ajunto con él y no pienso ir a su cumple”. En realidad lo único que provoca el hecho de que llegue “el momento de los regalos” es que el niño sienta que realmente es el centro de atención e interprete que es obligatorio que todos le regalen algo, por lo que si un amigo no lo hace, éste dejará de ser su amigo. Esto crea situaciones de discriminación que pueden llegar a ser muy humillantes para aquellas personas que simplemente no se pueden permitir comprar un detalle al homenajeado.
Las celebraciones se nos van de las manos, y no me refiero solo a los nuevos cumpleaños en los que todo gira en torno al “postureo” y la gente se limita a sacar muchas fotos y comentar los regalos, sino a las orlas, que ya han llegado hasta los niveles de educación infantil a primaria, a las megacomuniones, que se han convertido ya en pequeñas bodas, y a las bodas, en las que junto a la invitación ya adjuntan el número de cuenta bancaria para que les ingreses el dinero con el que los novios intentarán rentabilizar tantos gastos y pagarse la luna de miel.
Yo tengo la teoría de que todo esto de las celebraciones se nos ha ido de las manos por culpa del capitalismo. El modelo económico en el que se desenvuelve nuestra sociedad nos incita a gastar, gastar, y gastar y se nos ha metido en la cabeza que cuanto más dinero tengamos y más podamos gastar mejor seremos. Creemos que el dinero da la felicidad y si debemos pedir un crédito para organizar una comunión de la que todo el mundo se acordará y logra que todos nuestros amigos se sorprendan al ver las fotos a través de las redes sociales, pues lo hacemos. Todo sea por aparentar ser mejor que los demás y poder mirarles por encima del hombro. ¿Para qué? Para alimentar nuestro ego.
Lo veo algo innecesario, y considero que es absurdo organizar un cumpleaños temático ambientado en Peppa Pig o en la Patrulla Canina para un bebé que va a cumplir su primer añito y que no va a recordar absolutamente nada. Probablemente se entretenga más con el papel de regalo que con el propio obsequio. Ni siquiera podrá soplar la vela de cumpleaños ni probar la tarta y es posible que hasta se pase gran parte del tiempo durmiendo o llorando a causa de los gases, del estrés, del dolor de los primeros dientes o vete tú a saber de qué. Así que el dinero invertido con toda la ilusión del mundo será en realidad dinero malgastado porque el pobre niño ni siquiera lo podrá disfrutar. Es diferente si el cumpleañero elige cómo quiere que sea su fiesta. En tal caso, una madre hará todo lo posible por cumplir las expectativas de su hijo y organizarle la celebración de sus sueños.
No olvidemos que una celebración, ya sea de cumpleaños, de comunión, de orla o de boda, es un acto cuya finalidad es reunir a la familia y a los amigos y pasar un buen rato en compañía. Y eso, en muchos casos, no se paga con dinero. No se necesita una gran inversión para reunir a las personas que te importan.