07.04.2019 | Redacción | Opinión
Por: Casimiro Curbelo
Presidente del Cabildo de La Gomera y secretario general de ASG
Aunque muchos de ustedes, por edad, no lo recuerden, en la transición a la democracia se enfrentaron personas y partidos de ideologías extremadamente opuestas. Había una derecha que cargaba con su reciente pasado franquista, un centro reformista que se movía en la ambigüedad entre la dictadura de la que venía y la democracia a la que aspiraba y una izquierda en la que convivían socialdemócratas, socialistas y comunistas.
Aquella gente, tan distinta, con tantas razones para odiarse, fueron capaces de construir un estado de derecho, una Constitución, un nuevo Estado de las Autonomías, unos servicios públicos modernos y europeos y un nuevo país que se levantó sobre las cenizas del anterior y que en unas pocas décadas se transformó en una de las mayores economías del mundo desarrollado.
¿Qué nos ha ocurrido para que hayamos perdido el sentido común? ¿Qué es lo que nos ha pasado para que ahora, cuando más razones tenemos para entendernos, se haya impuesto una política de bloques irreconciliables, de odios furibundos y de insultos?
Hemos visto en estos días pasados como en Cataluña se ha agredido físicamente a personas que llevaban, por la calle, la bandera de España. Hemos visto como en el Parlamento catalán y en el vasco se montaba una trifulca política vergonzosa, con insultos y descalificaciones. Y hemos visto como los políticos, con tal de destruir a los adversarios, son capaces de utilizar los poderes del Estado para hacer la 'guerra sucia'. Y todo eso que está ocurriendo ante nuestros ojos parece que se ha convertido en "la normalidad" de este país.
Los grandes partidos se han deslizado por una imparable pendiente de bochorno. En vez de dar ejemplo a la sociedad de calma, de serenidad y de tolerancia, se han convertido en 'hooligans' fanáticos, en extremistas que se dedican a descalificar al rival y a insultarlo gravemente. España tiene hoy enormes problemas encima de la mesa. Tenemos un sistema de pensiones que hace aguas por todos lados. Tenemos una crisis territorial sin precedentes. Tenemos una deuda pública enorme, que está hipotecando el futuro de nuestros hijos y nietos. Es tal la gravedad de los grandes asuntos que nos preocupan, que deberíamos dedicar todo nuestros esfuerzos a responder con responsabilidad a estos retos que son al mismo tiempo amenazas para la vida de las personas.
Pero no. Hemos elegido un camino de desentendimiento. Por todos lados hay líneas rojas que nos separan. La descalificación de los demás está a la orden del día y en vez de hablar de programas de gobierno y de discutir de las medidas que son necesarias para reparar las averías de nuestra sociedad, lo que se ha impuesto es un choque de ideologías que quieren extinguirse mutuamente. Están las derechas y las izquierdas, como dos trenes que se aproximan a toda velocidad en dirección contraria, cuando lo que este país necesita es que, al menos en algunos asuntos de extrema importancia, viajemos en la misma dirección.
Algo va francamente mal cuando las precampañas electorales ya son campañas. Y cuando los mensajes se convierten en ocurrencias destinadas a captar la atención de las redes sociales y los titulares. El ejercicio de la política, que es la herramienta del cambio social y la base de la democracia, es hoy un infierno en el que sólo se encuentran gritos, memes y declaraciones altisonantes. Hemos perdido el sentido común y la capacidad de dialogar con quienes no piensen como nosotros.
Hubo un final de lo que se llamaba la vieja política que venía a ser cambiada por la nueva. No soy nostálgico y no pienso que en el pasado todo fue mejor. Ni mucho menos. La vida son, esencialmente, cambios. Cuando surgieron los nuevos partidos, que prometían una manera distinta de hacer las cosas, yo, como muchos en este país, pensé que sería un soplo de aire fresco que llegaba para revitalizar nuestra vida pública. ¿Pero era esto lo que traía el cambio? ¿Era el aumento del rencor, de la división y de la intolerancia? La transición, con todos sus errores y sus defectos, nos dejó una democracia, nos dejó un Estado de derecho, más justicia social y más progreso. ¿Que nos están dejando estos nuevos tiempos? Nada bueno.
Necesitamos regresar a la cordura. Urge que volvamos a entender que todos tenemos derecho a pensar de diferente manera, que nadie está en posesión de la verdad absoluta y que la política consiste en ser capaces de entendernos entre diferentes ideologías con el objetivo de conseguir lo mejor para la gente. El rumbo de intolerancia que lleva España nos lleva de cabeza a nuestro suicidio como sociedad. Y no me cabe en la cabeza que no seamos capaces de darnos cuenta de que esto se nos está yendo de las manos. Y que los llamados a dar ejemplo de responsabilidad y grandeza están protagonizando el periodo de mayor irresponsabilidad y bajeza política de nuestra historia democrática.