27.03.2017. Redacción / Opinión
Por: Paco Pérez
Durante mi vida laboral me he tropezado con distintas filosofías empresariales, en las que predominaban dar mayor importancia a la presencia física de los trabajadores que a su eficiencias.
Cuando trabajé en el periódico "Jornada", recuerdo que descansábamos los sábados por la tarde y la mayoría de la Redacción también los domingos, excepto un turno de guardia que acudía los fines de semana para elaborar la edición del lunes por la mañana, en cuyo equipo estuve durante más de seis años, sin poder descansar ni un solo domingo del año (excepto el mes de vacaciones, claro).
Durante años, sobre todo entre 1980 y 1985, realizamos jornadas de trabajo maratonianas. Teníamos que estar en la Redacción del periódico a las siete de la mañana, para sacar las ediciones vespertinas de lunes a viernes (los lunes también se editaba el periódico por la mañana, con el fin de acabar con el monopolio de "La Hoja del Lunes"). Luego volvíamos por la tarde y acabábamos de trabajar en torno a las ocho o a las nueve de la noche. Como lo leen.
Creo que equivocadamente, la empresa y, en particular, su gerente, priorizaba la presencia de los periodistas en el periódico a su eficiencia profesional, como si los reporteros fuéramos oficinistas o funcionarios de la Administración pública.
Además, se tenía muy en cuenta la puntualidad, pero no así las argollas. El propio gerente, que si no recuerdo mal se llamaba Antonio (que, por cierto siempre tenía mucha "suerte" jugando a los ciegos y a la lotería), siempre llegaba a la hora en punto a su puesto de trabajo, pero algunos días se iba a "desayunar" cinco minutos después a la calle, dejaba la puerta del despacho abierta y desaparecía durante horas, sin que nadie dijera nada.
Por el contrario, en la redacción, los sábados a mediodía, mi compañero Miguel Tejera Jordán, uno de los mejores periodistas de mi generación --que llegó a escribir que Antonio Martinón Cejas, de gobernador civil, tenía cara de mero a la plancha--, solía terminar su trabajo antes que nadie (porque era muy rápido redactando) y no le dejaban marcharse a su casa hasta una hora "prudencial", como si aquello fuera una guardería de niños chicos.
En fin, incongruencias empresariales.
Durante unos años, en los meses de verano, cuando era un jovencito, trabajé como dependiente en una tienda, antes de dedicarme a esto del periodismo, y el propietario se enfadaba conmigo porque despachaba muy rápido y me decía, con evidente mal humor, que no atendiera tan diligentemente a los clientes, porque a él le gustaba la tienda llena de gente.
¿Ustedes entienden algo?