19.03.2018. Redacción | Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Si sacrificada ha sido siempre la agricultura, más costosa es aún la labor de cultivar algo productivo en determinadas zonas de las Islas Canarias, como Lanzarote y Fuerteventura o, por ejemplo, en la vertiente sur de Tenerife, donde hay secarrales y el régimen pluviométrico anual no es precisamente generoso.
Lo agricultores de estas comarcas con escasa lluvia no plantas cultivos de secano y se dedican únicamente al regadío, pero como el agua tiene un precio elevado, recurren a técnicas ancestrales en sus plantaciones, como cubrir las parcelas productivas de una capa de arena volcánica, normalmente picón o zahorra, como aislante de los rayos solares y para preservar la humedad de las tierras recién regadas.
En las fotos que se les adjunto pueden observar lo que les indico. Estas parcelas están ahora en barbecho y no son productivas en la actualidad, pero esperan por un nuevo sembrado de ajos o cebollas, especies vegetales que se dan muy bien en estos terrenos, donde se puede observar la capa de arenas y piedras volcánicas a las que hago alusión.
Estas fotos fueron sacadas en el municipio de Arona, en el sur tinerfeño, en una zona comprendida entre los pagos de La Escalona y La Camella, en las medianías de ese término, donde aún se conservan tradicionales técnicas de cultivo, al contrario que en la costa, donde prospera de manera imparable el sector turísticos, con núcleos tan importantes com Los Cristianos y Playa de las Américas, urbanizaciones repletas de hoteles y apartamentos, que dan empleo a la mayoría de los aroneros.
Por ello, como en otros lugares de las Islas, se ha producido en el último medio siglo, un importante éxodo de población, que ha emigrado desde el campo a las zonas turísticas, con lo que se han abandonado muchas explotaciones agrarias, que exigen un mayor trabajo y son explotaciones menos rentables.
Es este un problema social grave, porque la población, tradicionalmente rural en estas Islas, se ha urbanizado de forma acelerada y las producciones agrícolas propias han caído en picado. Pero es lo que hay, amables lectores.
Los hombres y mujeres del campo isleño han cambiado la azada y la guataca por la bandeja de camarero o por el uniforme de camarera de piso de un hotel cualquiera. Y así nos va.