"Pornodependencia“

16.06.2024 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

adebernar@yahoo.es   

Lo leí y no daba crédito. Increíble pero real. La edad de acceso a la pornografía en España está en los 8 años y a los 14 ya se ha generalizado. Ese es el dato. Uno de los monstruos de esta sociedad postmoderna que nos empeñamos en ignorar. Que nadie quiere ver y, aunque miremos para otro lado –papás y mamás- aunque finjamos  que no está aquí, el monstruo vive en casa.

Nunca, en veintisiete años de asomarme a esta ventana, escribí sobre el porno. Ese que se ve mucho pero del que se habla poco y mal. Como mucho entre amigos o amigas de confianza y casi siempre como broma o comentario o picardía. No sé cómo decirlo…  es como un estigma extraño. Nos da vergüenza, pudor. Nos incomoda. Como si ver sexo fuera pecado y lo dejamos. Recuerdo cuando empezaron las emisiones en Cana +, las noches de los viernes, cuando se veían codificadas y poníamos los ojos como los chinos para intentar ver aquellas siluetas de las películas porno. Era imaginar más que ver. Quizás ahí estaba el encanto. Por supuesto tenía la atracción de lo prohibido porque esa era la sensación dominante en el país. Ahora que está a golpe de un pulso sobre las teclas del móvil de pequeños y mayores…  esa atracción, ese morbo, esa curiosidad se esfumó.

Con un clic tenemos todo. Listas infinitas, menús inacabables. De acceso inmediato,  gratuito, anónimo, sin filtros. Por Whatsapp, ordenador, móvil o táblet. ¡Una bomba en la mano de un crío de ocho años! Y ahí me surge la pregunta: ¿Quién está educando a los hijos: el porno o los padres?  Pues no tengo respuesta. Cada casa y cada familia es un mundo. Y hay mundos en los que la filosofía del avestruz, la de mirar hacia otro lado o simplemente no mirar es la respuesta a esta demanda. Y me temo que si no son mayoría les falta poco.

Es tan peligroso, tan terrible, tan dañino si no se es capaz de entender que el sexo no es eso, que las relaciones sexuales interpersonales han de ser otra cosa… que luego llegan los siete males. La mente de un niño o de una niña de ocho años no puede discernir. El porno plantea una forma de practicar sexo que no es ni sana ni real. Y ya empezamos a ver los efectos colaterales de un contenido altamente inflamable. Como cualquier otra droga desencadena unas reacciones, unos estímulos en el cerebro superpotentes. Con las mismas fases: mono, ansiedad, temblores, mala leche, insomnio…

Hay un filósofo y sexólogo francés, Alexandre Lacroix que dice que hay que “desmontar el guión impuesto por Freud y el porno”. Defiende una visión creativa y política del coito, denunciando cómo la pornografía ha empobrecido nuestra vida sexual.

Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia concepción del sexo pero desde luego debería ser mucho más que porno. Dicho de otra manera, el porno no es otra cosa que sexo sin vida. Los planteamientos machistas, la violencia más o menos implícita, la cosificación o el sometimiento  tan presentes en el porno no pueden ser aceptables. El sexo, el buen sexo no son esos maratones entre gimnastas y culturistas batiendo records en cada escena. Si les quitas el sonido resulta evidente que están trabajando. Y si se lo pones… pues es que ya ni sé que es peor. Puedo imaginarme al actor o actriz de doblaje comiendo pipas entre jadeo y jadeo. ¿Quién se lo puede creer?.

Un buen sexo requiere comunicación y empatía. Y confianza. Y no tiene porqué implicar amor, pero sí satisfacción y complicidad. ¿Que el porno no está mal? Pues claro que no. Pero educado y como recurso. El porno es ficción y como tal hay que entenderlo y controlarlo. El peligro es que puede enganchar.

Pero poco o nada tiene que ver con el erotismo, la insinuación, la imaginación, el roce, las miradas, la provocación… Eso ya es otra historia. Más sana. Más humana. “Más mejor”.

Feliz domingo

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