30.03.2017. San Cristóbal de La Laguna.
Por: Paco Pérez.
Muchos niños, cuando le hacen la típica pregunta de qué quieren ser cuando sean mayores, dice que bomberos, policías, médicos informáticos, futbolistas o veterinarios en su mayoría. A mí, en cambio, de pequeño me ilusionaba ser piloto de avión, no sé si porque me aficioné cuando iba con mi hermano mayor a ver despegar y aterrizar aquellos vetustos aparatos en el aeropuerto de Los Rodeos o porque de manera inconsciente pensaba que volar era una expresión palpable de libertad.
El destino es como es y aquellos deseos se truncaron y mi principal vocación profesional se vio truncada por la disminuida agudeza visual que siempre he tenido por culpa de una miopía congénita, que en mis tiempos no se operaba y no se podía, por tanto, corregir quirúrgicamente. Hoy sí, afortunadamente.
De todas formas, a pesar de aquella frustración personal, con mi dedicación al Periodismo siempre estuve indirectamente relacionado con la aviación y el turismo, porque vivimos en una región cuyo principal sustento económico es el tránsito y la estancia de personas de otras nacionalidad, que en su inmensa mayoría van y viene a las Islas en los más variados modelos de aviones de corto, medio y largo alcance que existen en la actualidad en el mundo, con la excepción del gigantesco Airbus 380, que aún no ha tomado tierra en los principales aeropuertos del Archipiélago.
Escrito lo anterior, me centraré en el núcleo principal de mi pretendido argumento, que no es otro que referirme a algunas condiciones laborales de los pilotos de líneas aéreas comerciales, una profesión durante muchos años idealizada por casi todos nosotros, porque ejercerla era hasta una distinción social importante, como ocurría en decenios anteriores con los capitanes de barcos y otros oficiales de la marina mercante.
Ciertamente, en la segunda mitad del siglo XX pilotar un avión comercial era un privilegio de unos pocos que necesariamente tenían que formarse en las academias del Ministerio del Aire y prestar servicios en el Ejército con aviones militares durante unos años, antes de dar el salto a compañías comerciales.
Hoy en día, con la popularización y la masificación del turismo nacional e internacional (y con ello la multiplicación de la líneas aéreas y del números de los viajes viajes) la oferta de mano de obra especializada supera con creces a la demanda real, con lo que muchos pilotos españoles y canarios no tienen otra opción que emigrar a países alejados y a cubrir diferentes rutas a horas intempestivas y en compañías de bajo coste, que abonan sueldos muy raquíticos en relación con la especialidad profesional y la responsabilidad de quienes están a los mandos de uan aeronave con decenas de pasajeros a bordo.
Recuerdo cómo en los años ochenta los habitante de La palma se asombraban de cómo los 737-200 de la Cóndor que venían de Hannover o Colonia a aquella isla aterrizaban en malas condiciones meteorológicas en el aeropuerto de Mazo, mientras los aviones que cubrían rutas interinsulares o nacionales se desviaban al Tenerife Sur. La respuesta a aquel "misterio" era muy sencilla: los pilotos alemanes llegaban al espacio aéreo canario con escasas reservas de combustible y tenían que aterrizar "sí o sí" en el aeródromo del Este palmero, en vuelos que en el argot aeronáutico se llaman "lanzados", porque la cantidad de keroseno en los depósitos no garantizaba al cien por cien el traslado hasta un destino alternativo.
No crean ustedes que el trabajo del piloto es llegar y besar al santo, no. No es que lleguen élegamente uniformados, se sienten en la cabina y empiecen a pilotar. Sus jornadas laborables son inestable, tiene que conformarse toda la tripulación de cabina en un punto muchas horas antes de la salida prevista de un vuelo, conocer las condiciones climáticas que se encontrarán en la travesía, elegir la ruta, calcular los litros de combustible, etcétera, etcétera.
En muchas compañías lowcost se les exige a los comandantes el cumplimiento a rajatabla de los horarios de los vuelos y en muchas ocasiones trabajan muchas horas seguida y los periodos de descanso y los días de reposo no se respetan, porque las compañías basan sus beneficios en tener los aviones en el aire y en tener cada vez mayor número de pasajeros.
Tristemente, los pilotos de aviación han pasado de ser unos trabajadores privilegiados a convertirse en máquinas del sistema capitalista.
Ahora mismo, no me hubiera gustado estar a los mandos de un avión, se lo puedo asegurar. No me gustan las imaginarias para estar pendientes de cubrir un contratiempo imprevisto; no me agrada que unos señores que sólo piensan en ganar dinero me impongan unas condiciones para realizar un vuelo; no me agrada padecer momentos de intenso estrés estar en círculo de espera para iniciar maniobras de aproximación a un aeropuerto internacional sobresaturado de tráfico y desapruebo las restricciones de confort en cuanto a servicios a los pasajeros a bordo y las tasas por llevar una maleta o por elegir un determinado asiento en la cabina de pasajeros.
A todo eso, hay que añadir que casa seis meses los comandantes tienen sesiones en los simuladores y reciben inspecciones en pleno vuelo, por sorpresa, para trancarlos en un mínimo fallo y sustituirlos por personal más joven y más barato, por no hablar de los simulacros de salvamentos en las piscinas de agua preparadas al efecto.
Esa no fue mi idea de volar, porque además, las tripulaciones apenas conocen los lugares de destino de los vuelos, los hoteles ya no son tan confortables y no ,e creo ya mucho el cuento de los ligues entre los pilotos y las azafatas, aunque de todo habrá. Y tampoco es plan dormir algunos (o muchos) días fuera de casa.
pacopego@hotmail.com