27.11.2017. Redacción / Opinión.
Por: Milagros Luios Brito.
Ex vicepresidenta de la Zona Especial Canaria
No es el 25 de noviembre. Son todos los días, los 365; todas las semanas, 52; todos los meses, 12. Imposible reducir el tono de la lucha. Inadmisible renunciar a la reivindicación a vivir. Insufrible el recuento inagotable de mujeres que son asesinadas. Asesinadas, sí, por ser mujeres.
No es agradable recordar tanto dolor ajeno, o no tan ajeno. A veces lo tenemos muy cerca. Tan cerca que nos puede pasar a cualquiera de nosotras. Incluso las más curtidas en la lucha; las más concienciadas en el terreno de las ideas. Las mejor posicionadas en el ámbito laboral o profesional. Las más brillantes, las más avispadas, las más inteligentes; todas o cualquiera de nosotras puede ser víctima de la violencia de género.
En los últimos catorce años 917 mujeres han sido asesinadas en España, víctimas de violencia de género. 917. En lo que llevamos de 2017 son 45, según las estadísticas del Gobierno de España. A esa cifra debemos añadir los 23 menores asesinados. Y eso no ha ocurrido, según nos cuentan los organismos gubernamentales, en ningún territorio alejado e incivilizado. Ocurre en el marco de la Unión Europea, y dentro de un Estado Constitucional como es el español.
¿Qué hubiera ocurrido en éste país si hubieran asesinado 917 futbolistas? ¿Y si hubieran sido 917 periodistas? ¿Si los asesinatos sumaran 917 diputados? ¿Por qué el asesinato de 917 mujeres –por ser eso, mujeres- no hace caer gobiernos? ¿Por qué no se traduce en cambios constitucionales? ¿Por qué ese reguero de sangre no provoca dimisiones? ¿Por qué se siguen sumando "al minuto de silencio" de solidaridad con las víctimas los representantes públicos?
Y no, no es lo mismo; no confundimos el minuto de silencio por la solidaridad con las víctimas, con las concentraciones que protagonizan los colectivos de mujeres reivindicando protección y garantía para los derechos de las mujeres.
La violencia, toda la violencia de género, toda la violencia que se ejerce contra las mujeres responde, a relaciones asimétricas de poder. Responde al constructo social del dominio y el control, sobre dominadas y controladas. Y en materia de control, probablemente entramos en un periodo peligrosamente involutivo. A pesar de los avances legales, a pesar del esfuerzo para visibilizar la reivindicación de igualdad, la brecha de género en el ámbito social y político acentúa los mecanismos de poder sobre las mujeres. Y cuando ellas deciden modificarlo, alterarlo, o romperlo, es cuando se produce la agresión. Es el momento en el que el sentimiento de pertenencia de ellos sobre ellas se acentúa. Sobre ellas y sobre el único poder real que los asesinos les reconocen, el de ser madres. Por eso las asesinan, a ellas y a sus hijos.
Y que no nos distraigan. No depende del sistema educativo, aunque una educación sólida en valores favorezca y canalice la igualdad. Si dependiera de las aulas, alguna de las múltiples leyes orgánicas de educación de los últimos veinte años habría acertado, y no lo ha hecho. Tampoco han acertado los legisladores que han parido esas leyes.
La realidad es más compleja. Más dura. La realidad hereda, reproduce, adapta y moderniza los mecanismos de control y de dominio. Barniza el ejercicio de poder controlador de una parte sobre la otra.
¿Nos hemos fijado en las niñas que tenemos alrededor nuestro? ¿Nos hemos fijado en esas niñas que tienen menos de catorce años y que se ponen nerviosas cuando pierden la cobertura, por si él las quiere localizar y no puede? ¿Hemos visto la huella digital de sumisión que van dejando? ¿Estamos actuando en consecuencia cuando las vemos huir de las aulas tecnológicas, de informática o matemáticas, que son las herramientas que las pueden empoderar? ¿Estamos midiendo la brecha de género, conocimiento y autonomía económica por ausencia de mujeres jóvenes en los perfiles STEM?
Y no, no culpamos a la tecnología. No culpamos al sistema educativo, pero responsabilicémonos de no tomar decisiones que impidan que el machismo, que los mecanismos de poder y control sobre las mujeres, "se readapten y se modernicen". Nuestras niñas de hoy serán, quizá, las mujeres asesinadas de un futuro próximo; muy próximo. Miremos hacia quienes utilizan los videojuegos como estrategia de defensa jurídica de los asesinos. Miremos a quienes pretenden diseñar campañas contra la violencia desde supuestos chistes graciosos. Fijémonos en quienes diseñan anuncios de lotería navideña que idealiza mujeres silenciosas e incapaces, a las que los hombres enseñan, protegen y señalan el camino. Apuntemos hacia esos responsables de recursos humanos de grandes cadenas que culpabilizan a las mujeres de no ser capaces de ascender laboralmente porque se refugian en la limitación de los horarios y las tareas familiares.
El machismo ha construido una estructura cultural, apuntalada a lo largos de siglos, capaz de expulsar a las mujeres del control y el beneficio de la economía. Una estructura de poder y dominio revestida de una cultura capaz de convertir a las víctimas en culpables.