24.08.2019 | Redacción | Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Como tuve la suerte --o la desgracia, quién sabe-- de no tener descendencia, mis vacaciones estivales no dependieron nunca del calendario escolar, por lo que nunca cogí vacaciones, durante los años que trabajé en redacciones de periódicos, en el mes de agosto, que es cuando mejor se está en el trabajo y en casita.
En el trabajo se disfruta más porque los jefes siempre se cogen este mes de permiso y los pelotas de turno les acompañan hasta en sus lugares de descanso, con lo cual uno se sentía mejor teniéndoles lejos, aunque en el periódico nos quedásemos Lepe, Lepijo y su hijo.
Por otro lado, no me gustan las playas llenas de gente y de gentuza, ni las aglomeraciones en los hoteles del Sur de las Islas, donde uno se encuentra, en este preferido por muchos mes vacacional, a muchos vecinos, amigos, conocidos y compañeros en el hotel de "descanso" y en las colas esperando servirse comida en el buffet del hotel.
A mí el mes de agosto me encantaba quedarme trabajando en un Santa Cruz sin tráfico apenas, con aire acondicionado en mi despacho y descansando en mi casa, sin tener que soportar las colas de vehículos rumbo a Las Teresitas, cuando vivía en la zona de Tomé Cano en la capital tinerfeña, o tener que bajar a Bajamar o la Punta del Hidalgo cuando residía, como ahora, en La Laguna.
De hecho, aún hoy en día, ya libres los dos de compromisos y horarios laborales, mi mujer es poco partidaria de ir a la costa en agosto y prefiere bañarse a partir de septiembre, cuando los niños gritones y molestos --que te salpican cuando vas a entrar en la piscina-- empiecen las clases del nuevo curso escolar. ¡Benditos maestros y profesores¡
El hecho, además, de coger las vacaciones cuando todos los compañeros regresan de ellas, produce una sensación orgásmica difícil de explicar, porque para ellos se les acabó lo bueno y se quedan en el tajo, precisamente cuando uno se empieza a olvidar del curro por un mes. ¡Casi nada, camarada¡