21.04.2017. Redacción / Opinión
Por: Paco Pérez
Vivo sin ninguna clase de lujos. No me quejo, porque me consuelo pensando que soy un privilegiado si comparo mi humilde economía doméstica con la situación que atraviesan numerosos paisanos en este Archipiélago atlántico, muchos de ellos sin empleo o ganando sueldos de vergüenza, de apenas quinientos o seiscientos euros, a pesar de estar contratados a jornada completa.
En estas Islas hay muchas familias marginadas por su situación económica, que no conocen lo que es el bienestar social, porque no tienen recursos suficientes para desenvolverse en esta vida con un mínimo de dignidad, con unos servicios básicos e incluso hay familias que renuncian a asearse con agua caliente, porque no tienen dinero ni para pagar el recibo de la luz o para comprar la bombona de butano.
Eso es así, como lo estoy contando, porque lo he visto con mis propios ojos y no soy aficionado a inventarme las cosas y la situaciones que habitualmente les comento, amables lectores. Pero también es verdad que hay cosas, situaciones y circunstancias que no me cuadran. Algo que no me explico.
Salgo a dar una vuelta por la Isla y es raro, durante los fines de semana, que los restaurantes, guachinches y casas de comidas no estén llenos e incluso algunos comensales tienen que espera a que se desocupe una mesa para comer. Voy a buscar a unos amigos al aeropuerto y veo una cantidad de gente impresionante que llega o se va de viaje, en cualquier época del año... No sé si ustedes, amables lectores, se han dado cuenta.
Con los gastos fijos que tengo y con mi exigua pensión de la Seguridad Social, apenas puedo salir una o dos veces al mes a comer fuera de casa, y eso porque mi mujer también percibe otra pequeña pensión. Pero no podemos permitirnos ni un solo capricho y esperamos al día veinticinco a que nos ingresen para comprar alguna cosa que realmente necesitamos.
Con esos compromisos de pago que he adquirido, se consume prácticamente una de las dos pensiones: cuota de la comunidad del edificio, seguros de coche, hogar y de tarjetas de crédito; recibos de agua, luz, teléfono e internet; impuestos locales (contribución urbana y rodaje del coche), etc. Y no hay más.
¿Cómo es posible entonces --me pregunto-- que personas que conozco, que tienen un parecido poder adquisitivo que el mío --o incluso menor--, estén comiendo muchas días al mes fuera de casa, viajando a la Península y al extranjero varias veces al año?
Aquí desde luego pasa algo raro., porque esto no responde a ninguna lógica. A no ser que vivamos en estas Islas en las que existe una enorme economía sumergida y muchos sueldos y muchos cáncamos que se realizan no se declaren y se paguen en negro, que muchos comerciantes y pequeños empresarios autónomos lleven una doble contabilidad para evitar pagar impuestos y cosas por el estilo.
Debe ser eso. Es evidente. Porque si la situación del mercado laboral es tan oscura como se dice y la gente se queja tanto, ¿por qué una parte considerable de la población isleña vive, aparentemente, por encima de sus posibilidades?
Aquí les dejo, intrigado, la pregunta.