19.06.2017. Redacción / Opinión
Por: Rosario Valcárcel Quintana
Después de una semana sin ordenador y sin móvil, casi fuera del mundo. Al llegar de nuevo a casa, me he enterado de la triste noticia. Una gran mujer, madre, abuela, profesora, escritora: Julia Gil, ha muerto.
Durante un tiempo bastante largo Julia, vive una larga enfermedad, vive la cercanía de la muerte, esperando su terrible condena sin esperanza de indulto. Vive una muerte que se ensaña con ella, el último trance de un destino cruel, de un destino que cada día la estrecha con más fuerza, la abraza, e igual que una serpiente pitón, la ahoga, la ahoga.
Pero Julia era una mujer fuerte que sobrevivía con voz serena, que concebía la vida como un viaje, como una larga travesía por los vaivenes de la literatura, por las tinieblas de la paz y de la solidaridad, porque ella estaba segura de viajar en la dirección correcta y quizás para sentirse más viva comienza a publicar, y aunque lo hace tardíamente, escribe y escribe, quizás como una especie de liberación terapéutica.
O simplemente con ese deseo de reencontrarse con la verdad o con los paisajes que conoce, como el libro de poemas “Ciudad de espumas” Un libro en donde descubrí la cercanía de la poeta, en donde sentí que caía bajo su magia, que me acercaba a sus emociones. Noté fluir esa corriente que ella crea entre el narrador y el lector.
Y sentí la emoción que lo sostiene y lo alimenta, el canto a las cosas pequeñas, los olores, los sonidos que se quedan en el camino. Ese refugio al que todos terminamos volviendo, a la memoria.
Sebastián de la Nuez que prologó “Ciudad de espumas” señala “tienen las poesías de Julia Gil elementos narrativos y descriptivos integrados en un monólogo interior que apresa la intimidad y la complejidad de la vida (…)
Y es cierto porque Julia se inserta en las historias de los pueblos, concretamente en éste poemario se mete de lleno en la ciudad del Puerto de la Cruz y al igual que los juglares nos cuenta cosas sobre la realidad insular, los errores urbanísticos, la belleza y la destrucción del paisaje.
Así lo vemos en el poema titulado “PLATANERAS”
Desde mi cueva todavía puedo/ sobrevolar un campo de plataneras / -con palmeras y una hermosa araucaria- / flanqueado cada vez por más dúplex.
Ese refugio al que todos volvemos, ese refugio que es el manantial interior, los sueños y las experiencias entrañables, como en el libro “Once trapecios al trasluz” en el que Julia Gil nos regala un conjunto de relatos, cargados de ternura y de sentimientos, siempre nuevos y siempre hermosos, y como suele ocurrir con muchos relatos infantiles –que son, en principio, cuentos para niños- los de ella van destinados a cualquier edad. La llegada de su nieta le ha hecho descubrir de nuevo el mundo, un mundo que en sus palabras parece no tener fin.
…La niña va caminando por la hierba y encuentra a su abuela recostada en el tronco de una higuera con su traje blanco. Se abrazan y le ofrece a su nieta el olor de los manzanos y el roce de las hojas de los sauces, mientras la brisa esparce sus melenas…
Nos envuelve, quizás sin proponerlo en el mundo real, en el de las luchas diarias, los problemas familiares, los niños, los animales domésticos y la naturaleza. Contados en esa frágil frontera donde lo cotidiano se funde con lo maravilloso hasta rodearnos en un entorno biográfico como el último libro titulado “Simbiosis con Bruno” que presentó en la Feria del libro de Santa Cruz de Tenerife, 2017 y que lo dedica a uno de sus nietos.
Julia Gil nació en Santa Cruz de Tenerife. Estudió Filología Románica en la Universidad de La Laguna. En 1999 vio la luz su primer libro de poemas: Tiempo de pasión. Tiempo de destrucción. Otros de sus poemarios son Grabados en mi infancia (2000); Vuelo, posada, remanso (2003), De olvidos y de existencias (2004) y Ciudad de Espumas (2007). Con Ediciones Idea publicó la novela Como tú eres así (2006), el libro de relatos Once trapecios al trasluz (2010) y los poemarios Ruta de las setas (2009)
Casada con el profesor universitario José Luis Escohotado, Julia Gil tuvo cuatro hijos y cinco nietos.
A partir de los años ochenta no escamoteó un solo esfuerzo en ayudar y colaborar activamente con colectivos pacifistas y de solidaridad, en esas zonas que amurallan vidas de hombres y mujeres, especialmente en pueblos centroamericanos, infundiendo la esperanza de que quizás algún día podremos vivir en un mundo mejor.