Mis tías abuelas

23.06.2023 | Redacción | Opinión

Por: Paco Pérez

pacopego@hotmail.com

Ahora, que me estoy haciendo mayor, mis neuronas acuden a viejos recuerdos, síntoma inequívoco de que este año, por noviembre, cumpliré 65 añitos y, por tanto, engrosaré la lista de personas de la llamada tercera edad.

En mi juventud conocí a tres tías abuelas, dos paternas y una materna. Las hermanas de la madre de mi padre con las que trate (las demás ya se había ido al otro mundo) se llamaban Dolores y Mercedes Pestano Álvarez, ambas viudas (la primera de Ángel Gómez Poggi y la segunda de Isidoro Guerra) que, para evitar estar solas, vivían juntas en una casa de dos plantas en la lagunera calle de Tabares de Cala (o de Los Álamos), justo detrás de la parroquia de los Remedios, la Catedral de la Diócesis Nivariense.

Lola era la mayor de las dos y llegó a sobrepasar los noventa años, mientras Mercedes superó con creces los ochenta años de vida. La más vieja tuvo tres hijos (Francisco José, Manuel y Santiago Guerra Pestano), mientras que la segunda no tuvo descendencia.

Eran muy distintas una de otra, con un carácter y una actitud vital muy diferentes. Lola era una cascarrabias, en tanto que Mercedes se distinguió siempre por ser más diplomática y tener mejor humor. Ambas me quisiero mucho, a su manera.

Durante unos años, a finales de los sesenta, mis padres y yo vivimos en el piso superior de aquella casa, independiente. Entonces tenía entre diez o doce años y me convertí por "arte de magia" en el recadero oficial de mis tías abuelas, que me pedían que fuera a comprar vino de misa (para invitar con una copita las numerosas visitas que tenían) en la tienda de Andrés Fernández, que estaba situada en la esquina de Los Álamos con el callejón de la Caza (Dean Palahí).

Todos los viernes me hacían ir también al Bar Palmero (en la plaza de Abajo, esquina con la calle del Agua) o al Estanco de Alvaro en la calle de la Carrera, frente a la plaza de la Catedral, a poner las preceptivas quinielas (Apuestas Mutuas Deportiva Benéficas), aunque ninguna de las dos tenía idea de cómo se jugaba al fútbol. Cada una rellenaba sus apuestas y yo se las devolvía ya selladas, con la particularidad de que tanto Lola como Mercedes me daban instrucciones precisas (por separado, para que la otra hermana no se enterara), de que antes de ir al estanco yo tenía que copiar una y otra, y sellarlas también, por si daba la casualidad de que les pudiera tocar un premio importante.

Anécdotas como esa tengo algunas más, pero por respeto a mis antepasados no me parece oportuno desvelarlas, aunque sí debo decir que rara era la tarde en que mis tías abuelas no recibieran visitas y comentaran "la actualidad lagunera". A la casa acudían con frecuencia Tatán Hamilton (esposa de mi tío Ramón Pérez), Asunción Quintero (la madre de Elfidio Alonso), Maruja Pereira (sobrina de un canónigo apellidado como ella), o y otras vecinas del casco, sin olvidar a María Pérez (viuda de William Friend), cuando venía de Las Palmas donde residía con su hija única. Así todas ellas se enteraban de las novedades y chismes de la sociedad local, porque aquel lugar se convertía a veces en un centro de inteligencia, cual CNI lagunero, más importante que los whatsapps de hoy en día o las cámaras de los teléfonos móviles.

[También conocí a un hermano de ellas, Manuel Pestano, que vivía con ellas y que ya estaba muy enfermo, postrado en una cama, en la misma vivienda. Un hombre que había vivido intensamente y que fue muy popular en toda la ciudad de Aguere].

Entre sus hermanos, ya fallecidos, aparte de mi abuela Rosario, figuraban Concha y Gracia, que uno recuerde.

Por parte materna también conocí, en Valencia, a la hermana de mi abuelo Ascensio. Se llamaba Angelita González Guardiola, una mujer que vivió siempre sola y no llegó a casarse. También murió a avanzada edad. Fue una mujer ermitaña, que apenas salía de su vivienda, de carácter fuerte y muy seria, aunque la única vez que la vi me trató con mucho cariño y consideración.

En las fotos adjuntas, mis tías Mercedes Pestano y Angelita González.

Y hasta aquí, queridos amigos, mi primera batallita del verano. Les amenazo con alguna más, jeje

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