13.02.2023 | Redacción | Opinión
Por: Óscar Izquierdo
Presidente de FEPECO
Una sociedad atemorizada significa que está fuertemente controlada por quienes pretenden imponer su ideología, criterio, forma de pensar o vivir y no olvidemos también, por quienes quieren defender egoístamente solamente sus intereses, sean del tipo que fueran. El pensamiento único, tan presente en la actualidad, llamado también globalismo, es un ejemplo manifiesto de anestesia colectiva y paralización de la queja. Sólo se permite y además se propicia, el “alboroto” que coincida con las ideas dominantes, para hacerlas más provocativas y dar la impresión que hay libertad de movimiento, protesta y democracia abierta.
El poeta y erudito italiano Giacomo Leopardi, sentenció que “no hay que temer ni a la prisión, ni a la pobreza, ni a la muerte, sino al miedo”. Entre sus principales causas, porque es paralizante, deteniendo cualquier acción a ejecutar, obstaculizando la valentía suficiente para hacer lo debido, en el momento adecuado y en la forma correcta, además de estorbar el camino, para entorpecer el avance. Las persistentes noticias futuristas de catástrofes, epidemias, guerras, crisis económicas o sociales, van caldeando un ambiente de pánico colectivo, por cierto, muy contagioso, con falsas noticias, verdades a medias, que son las peores, incrementando el pánico, para conseguir que se busque refugio en salvadores mesiánicos, populistas y mentirosos.
Está sucediendo a novel global, las prácticas utilizadas son las mismas, repetidas una y otra vez. El objetivo es amedrentar, infundiendo miedo. Se quiere implantar el silencio aquiescente, para imponer prácticas políticas y sociales totalitarias, no sólo en la cotidianidad de la vida, sino, todavía más peligroso, en el pensamiento de las personas, ya que, al globalismo, le repugna que los ciudadanos tengan autonomía de raciocinio.
Ahora se habla y escribe mucho sobre la palabra “rebaño”, para significar este atropello a la libertad individual, a la que todos tenemos derecho. Nos quieren meter conjuntamente en el redil, para conseguir sus inefables objetivos, que no son otros que sus beneficios de oscura calificación o explicación. Encima, para hacernos más tontos y perdón por el palabro, todo vendido como progresismo. Ese conjunto de personas que se mueven gregariamente o se dejan dirigir en sus opiniones o gustos, es la panacea de cualquier responsable público, en todos los niveles territoriales, funcionales o gubernativos. Quieren ser pastores, al más estilo religioso fundamentalista.
Cuando alguien levanta la voz, dice algo discordante, fuera de lo políticamente correcto o permitido por esa casta ideologizada subjetivamente, hay que acallarlo, señalarlo, insultarlo, denigrarlo en las redes sociales, para que el ejemplo no cunda y vaya a ser que despierten consciencias adormecidas, se abran los ojos y escuchen los oídos otras opiniones o claves de vida, así como opciones diversas de tratar los asuntos. No se pueden permitir el lujo o peor, el peligro de la disidencia, podría llevarles a la catástrofe de perder el poder político o económico del que comen.
En Tenerife también sufrimos esta disposición a mantener a la gente dentro de la raya, que, cuidado, no se puede traspasar. Es el silencio sonoro tan arraigado y vergonzoso que respiramos en nuestra isla, porque hay miedo a perder prebendas. Aquí, los inquisidores, son los asalariados de propagar el globalismo, el verde bucólico del Paraíso Terrenal, el populismo del cáncamo, la arrogancia de la supremacía pensadora y como no podía faltar, los salva patrias, para eso reciben muchas ayudas, especialmente públicas que, como no podía ser de otra forma, se llaman subvenciones, para mantener verdaderos guachinches. La libertad, en su significado verídico, siempre ha costado lograrla, conquistándola a base de lucha y fortaleza, en eso, estamos inmersos mucha gente en nuestro terruño insular.