Mi primer "viaje" a Los Cristianos.

17.04.2017. Redacción / Opinión

Por: Paco Pérez

Todas las comparaciones suelen no estar muy ajustadas a la realidad, pero pensándolo ahora, la primera vez que hice un "viaje" a Los Cristianos, para descubrir aquel poblado marinero y su pequeño muelle, se pareció más a una excursión en diligencia hacia el Oeste americano, no porque hubiera disparos y peleas, ni mucho menos, sino porque las carreteras nos parecían interminables hasta llegar al deseado punto de destino donde pegarnos un reconfortante baño en el mar del Sur.

Imagínense ustedes un vetusto automóvil "Austin Cambridge" de color aceituna, conducido lentamente por el ya veterano ginecólogo lagunero Roberto Ucelay Cambreleng, con el coche repleto de personas y de bultos partiendo de La Laguna una mañana, a primera hora, del verano de 1968.

Íbamos en la "expedición" camino del Teide por la carretera dorsal de la Isla el citado médico, su esposa, Amparo Gómez; sus hijos Roberto y José Ignacio, además de una muchacha llamada Estela, que ayudaba a Amparo en las tareas del hogar, además de quien esto escribe, un crío de nueve años de edad.

Aquel robusto automóvil, con la palanca de cambios pegada al volante, fue subiendo como pudo hasta la cumbre tinerfeña, donde paramos a media mañana para "picar algo" en Las Cañadas del Teide, justamente en el pinar que se había plantado frente al Parador Nacional de Turismo y que se taló años después por cuestiones ecológicas que nunca entenderé.

Recuerdo que Roberto junior y yo nos acercamos hasta el establecimiento turístico del Estado para bañarnos en una de las piscinas más altas de todo el país, pero el recepcionista del parador nos dijo que era imposible que nos metiéramos en aquella pileta debido a la bajísima temperatura del agua, a pesar de ser un día soleado y espléndido.

Una vez comidos y concluida la primera etapa de la expedición, retomamos el rumbo hacia Los Cristianos por la ruta de Vilaflor, patria chica del venerado Hermano Pedro de Bethencourt y seguimos hacia la costa de Arona, en busca de la ansiada playa, no sin antes haber dejado huella en las curvas infernales del trayecto, cuando vomité todo el desayuno en marcha, con la puerta abierta del coche.

El último tramo del recorrido se nos hizo, por lo menos a los pequeños, interminable, entre otras cosas porque habíamos visto el mar desde la cumbre, pero ciertamente no llegábamos nunca... hasta que llegamos, al fin.

Recuerdo el escaso tráfico que había en las carreteras de la Isla en aquel entonces (estamos hablando de hace casi medio siglo) y de cómo los automóviles llegaban hasta la misma arena y daban la vuelta en el antiguo muellito de Los Cristianos.

Sin pensarlo siquiera nos lanzamos inmediatamente al mar desde el propio dique de abrigo, en uno de los baños más refrescantes que recuerdo, seguramente por la combinación de haber llegado a un "lejano destino", por el día de calor sofocante y por la vomitona de hacía un buen rato.

Creo que a la vuelta a La Laguna, por la también interminable Carretera General del Sur, terminamos rendidos y los chiquillos nos quedamos tiesos, durmiendo en aquellos sillones de cueto marrón dentro del coche, después del baño reparador, de la ducha en los vestuarios que había en aquel muelle y de un almuerzo pantagruélico (Amparo era una exagerada haciendo comida) y llegamos ya casi al anochecer a nuestra ciudad.

Una experiencia infantil novedosa y aventurera, que queda para el recuerdo. Eran otros tiempos, otras maneras de vivir y teníamos otro concepto de nuestra propia existencia. Y, si les confieso la verdad, en muchos aspectos me gustaba muchísimo más aquella Isla que la de ahora. Me sobran razones para pensar así..

pacopego@hotmail.com

Paco Pérez

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