01.04.2019 | Redacción | Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Tres antiguos amigos laguneros que nos reunimos habitualmente los lunes en la cafetería del Hotel Nivaria, que está en la Plaza del Adelantado, coincidíamos en el encuentro de esta semana sobre la mediocridad del "corpus" dirigente de los distintos partidos políticos.
Si uno solo se fija en los candidatos a las próximas elecciones legislativas al Congreso y al Senado, y en los aspirantes de los comicios autonómicos, insulares, municipales y al Parlamento Europeo, ciertamente no encontramos a personas destacadas en sus respetivas profesiones ni a políticos de experiencia y honradez suficientemente demostradas, con sus poquísimas excepciones, que confirman la regla.
Ha bajado muchísimo el nivel de preparación de los candidatos, muchos de los cuales ni siquiera poseen título universitario ni experiencia laboral alguna. Basta fijarse solo en los dirigentes de Vox, Partido Popular y Ciudadanos a nivel estatal, para caer en la cuenta de que los señores Santiago Abascal, Pablo Casado y Albert Rivera no han cotizado en su vida a la Seguridad Social, porque no han querido o no han podido, y han preferido dedicarse, como si fuera una profesión, a la actividad política.
Por lo menos los dos candidatos de la izquierda, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias son doctores universitarios y se han dedicado algunos años a impartir clases. Pero tampoco se crean que en sus respectivas planchas electorales llevan a personas de gran valía, de reconocido prestigio y de demostrada solvencia. Entre otras cosas porque la política española ha sido tan degradada por su propios actores, que nadie competente y honesto en su sano juicio (con las excepciones de rigor, ya digo) quiere dedicar su valioso tiempo a la res publica, que es definitiva y en teoría, por lo que se ha visto y se sigue viendo, trabajar por los demás, en busca de una sociedad más justa y mejor repartida.
Aquí lo que prevalece es el deseo mayoritario de salir elegido, tratar luego de enriquecerse y resolver económicamente su situación personal per secula seculorum, importándole poco o muy poco el servicio desinteresado hacia los demás.
Todo ello es consecuencia de los privilegios que disfrutan los cargos públicos, que se han otorgado ellos mismos en años pasados, y de los elevados sueldos que se han ido poniendo, porque no han tenido vergüenza, cuando sus emolumentos económicos deberían ser mucho más moderados y ejemplares.
Los políticos se han convertido, por regla general, en auténticos idólatras del dinero y de los bienes materiales y lo peor es que no tienen límite a la hora de meter mano en la lata del gofio. Y así nos va, porque esto no es una cuestión de unos pocos, sino un mal generalizado. ¡Qué pena¡