Manipulados

23.03.2025 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

 adebernar@yahoo.es

En uno de esos cortos de TikTok, se ve como una persona con un móvil en la mano le dice a otra que siente que Instagram le está sugiriendo planes para el fin de semana. Y la verdad es que tengo el dichoso vídeo en mi cabeza casi a diario. Porque, aunque intento ser comedido con las redes sociales, me quedo en eso… en intentarlo. Mi móvil me asusta una semana tras otra con el tiempo de uso. Siempre muy por encima de lo que yo imaginaba. Y eso que cada día me da más miedo cómo influyen  en mis pensamientos. Tanto en lo más mundano como en lo más profundo.

 Hoy, por ejemplo, tenía claro lo que iba a cocinar para almorzar, ya había hecho la compra y todo, y entonces Instagram -red que me acaba de pescar aunque en ella no publico nada- me mostró una de esas recetas “súper fáciles”, de una cuenta que no sigo, y de repente me dieron ganas de cenar alcachofas al horno con una crema de ajo, tomate y jengibre. Y ahí voy yo, como un idiota, comprando alcachofas en el supermercado y empezando a reproducir una receta tan sencilla como imposible. Porque mis alcachofas no son tan tiernas como las del vídeo. Ni mi crema está tan buena como parece. Y así, mientras me tragaba mi orgullo, mientras trataba de encontrarle algo de sabor a mis alcachofas secas, me encontré maravillándome de lo fácil que fue para la red social cambiar mi decisión sobre la comida. Con lo ricos que me hubieran sabido los puerros de Sahagún con cecina de León… que era lo que tenía yo en mente. Y comencé a preguntarme de qué otras maneras podría cambiar mis criterios, especialmente en temas relacionados con lo que está pasando en el mundo. Y volví a asustarme, porque soy consciente de que el contenido que recibo, de perfiles que no sigo, está precisamente diseñado para influir en nuestros pensamientos sobre todos los temas posibles. Pero no siempre somos conscientes del poder que tienen para hacernos cambiar de opinión, tanto para bien como para mal...

 El caso de las alcachofas al horno es un ejemplo simple pero revelador. Originalmente, había planeado un almuerzo que me encandilaba. No quiero recordarla porque empiezo otra vez a salivar. Sin embargo, la aparición de una receta en mi feed me llevó a cambiar de rumbo, a seguir un impulso que antes no existía. Esta experiencia cotidiana ilustra cómo las redes sociales pueden alterar el curso de nuestras decisiones más triviales. Pero, ¿qué sucede cuando estas influencias se extienden a temas más serios y complejos? La misma lógica que me llevó a comprar alcachofas puede aplicarse a decisiones sobre política, salud o relaciones interpersonales.

 Este fenómeno, a todas luces imparable, corrobora la sensación de que estas plataformas digitales no solo son un espacio de socialización, sino también un consejero –o dictador- que sugiere –o decide-  cómo debemos vivir, qué debemos comer y a dónde debemos ir.

 Las redes sociales, alimentadas por algoritmos que priorizan el contenido atractivo y viral, están diseñadas para captar nuestra atención. Esto significa que, en lugar de proporcionarnos una visión equilibrada y completa de un tema, a menudo nos ofrecen una visión parcial que refuerza nuestras creencias preexistentes. Esta dinámica puede crear una "cámara de eco", donde solo consumimos información que va acorde con nuestras opiniones, lo que limita nuestra capacidad de pensar críticamente y considerar otros puntos de vista. Con el tiempo, esto puede moldear nuestras creencias y comportamientos. Y ni nos damos cuenta.

 Es fundamental que seamos conscientes de este peligro y que seamos críticos con el contenido que consumimos. Como las redes sociales pueden cambiar el curso de nuestras vidas de un momento a otro… la reflexión y la autoconciencia son nuestras mejores herramientas para evitar que nos manipulen. Todavía me pregunto por qué coño no haría yo los puerros… Pues eso, otro “pringao” más.

 Feliz domingo.

 

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