24.08.2019 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Como ya viene siendo habitual, por desgracia, con la llegada del verano, los pirómanos intentar ser protagonistas para mitigar sus vacíos de autoestimas, laborales y educativos. Sus escalas de valores son mínimas, por no decir, ningunas. El último incendio producido el pasado sábado, día 10 de Agosto de 2019, en Altenara (Gran Canaria), dónde un vecino de Telde que estaba realizando trabajos de soldadura al aire libre, provocó un importante incendio que puso en vilo los corazones de los habitantes del Archipiélago canario. Hay que recordar, que durante el verano de 2007 Canarias sufrió varios incendios de enormes dimensiones de forma casi simultánea en Gran Canaria, Tenerife y La Gomera. 11.000 hectáreas afectadas, –3.000 en Tenerife y 8.000 en Gran Canaria–, más de 12.000 personas desalojadas y nueve espacios naturales afectados. Recientemente, en abril de 2008, nuevamente la isla de La Gomera ha sido afectada por un incendio con dos focos diferentes, que afectó a 800 hectáreas.
Por otro lado, a la hora de evaluar el impacto del fuego no hay que olvidar en fijarnos únicamente en el número de hectáreas quemadas, puesto que son muchos más los impactos que se producen. Entre los impactos ecológicos, hay que señalar que en Tenerife, el fuego afectó básicamente al ecosistema del pinar (monoespecífico de Pinus canariensis). En Gran Canaria, afectó al pinar y al bosque termófilo que se desarrolla a una cota inferior y está compuesto por un mayor número de especies de árboles, principalmente palmeras (Phoenix canariensis). El pinar, como muchas especies mediterráneas, tiene una gran capacidad de regeneración tras el fuego, cosa que no ocurre con los palmerales.
Gran Canaria sufrió el fuego en una superficie mayor dentro de los espacios naturales protegidos. Así 24 especies de flora y fauna se encuentran al borde de la extinción tras el incendio. Por ejemplo, la jarilla de Inagua, una salvia y dos variedades de turnero peludo se estima que hayan perdido hasta el 75% de individuos. Peor es el caso del pinzón azul de Gran Canaria, que con apenas 200 ejemplares, ha visto afectado su hábitat en un 95%.
En el incendio de la Gomera, la vegetación quemada fue de monte bajo y matorral. El fuego no penetró en el Parque Nacional de Garajonay, pero sí afectó a su zona periférica, en concreto al monte de Los Aceviños, y especialmente al Barranco de Liria, lugar de alto valor ecológico, hábitat y reservorio de especies animales y vegetales endémicas y amenazadas, algunas de ellas en peligro de extinción (palomas de la laurisilva, saúco, Genospermum gomerae, Ilex perado, etc.). Era, hasta el momento, una de las zonas propuestas para la futura ampliación del Parque Nacional.
Además, están los impactos socioeconómicos. Afortunadamente en ninguno de los incendios hubo víctimas humanas, pero el impacto en el medio rural fue muy significativo. Por ejemplo, más de 600 explotaciones agrarias y 10.000 cabezas de ganado afectadas en Gran Canaria.
Causas:
Las causas de los incendios forestales se dividen en dos grandes grupos: las estructurales (factores intrínsecos del propio medio natural y/o del entorno socioeconómico) e inmediatas (clasificadas en intencionadas, negligencias y naturales) En los cuatro incendios, las causas son intencionadas, algo que ya confirmaban las estadísticas: cerca del 42% de los incendios ocurridos en el archipiélago entre 1996-2005 pertenecen a esta categoría, que constituye el mayor porcentaje.
En Gran Canaria se arrestó al causante, que confesó que pretendía alargar su periodo de trabajo como vigilante forestal. En Tenerife se encontró un artefacto de ignición, pero no se ha detenido al responsable, y por tanto no se conocen las razones para iniciar el incendio. El caso de la Gomera es especialmente grave. El incendio del verano de 2007 fue provocado por los tendidos eléctricos de media tensión de Unelco-Endesa que atraviesan la medianía de la isla. En abril de 2008 el fuego se inició por la quema incontrolada de rastrojos. Aunque no se puede hablar exactamente de pirómanos, en los incendios de Tenerife y Gran Canaria se constata un conflicto de intereses.
En cuanto a las causas estructurales, los incendios a los que nos referimos no se pudieron generar en peor momento. En verano de 2007 las temperaturas rondaban los 35ºC, con apenas un 5% de humedad relativa, y vientos con velocidades de 50 km/h y rachas de hasta 100 km/h. La situación se complicó en algunas zonas por la alta combustibilidad del pinar, sobre todo por la pinocha, que provoca que el fuego disponga de mucho combustible. La ausencia de precipitaciones en los cuatro incendios (la concentración de las precipitaciones se da en entre los meses de noviembre y marzo) provocó una mayor inflamabilidad.
Los incendios se desarrollaron entre las cotas 500 y 1.500 m, con pendientes por encima del 10% y con un gran número de barrancos en forma de “V”, lo que dificultaba enormemente las labores de extinción. En La Gomera esta circunstancia es muy significativa, pues sus barrancos encajados dificultan mucho las labores de extinción.
Perfil de un pirómano:
La Fiscalía Especial de Medio Ambiente realiza un informe en el que destaca los rasgos fundamentales de las personas que provocan grandes incendios forestales.
La piromanía es una enfermedad mental o trastorno de la personalidad que se asocia con la falta de control de impulsos. Quien la padece siente una necesidad imperiosa e irrefrenable de incendiar, casi siempre espacios abiertos. En la mayoría de los casos los autores de este tipo de sucesos son varones jóvenes de entre 15 y 30 años, con un historial personal de frustraciones, desajustes emocionales, mal rendimiento escolar y profesional y frecuentemente con otros trastornos psiquiátricos. Carecen d estabilidad laboral y emocional. Estas son las características principales que tienen en común los autores de los incendios forestales que golpean especialmente los bosques españoles durante los meses de verano.
Por otro lado, las características esenciales de este trastorno son la presencia de una conducta reiterada de prender fuego, la fascinación en la contemplación de este fenómeno, el intenso interés por todos los elementos que le rodean, un aumento de la tensión antes de producirlo y alivio emocional una vez realizado. El pirómano, según consta este informe del Centro Libertad Calles, puede pasar años sin provocar incendios, pero cualquier circunstancia exterior, como un fracaso o el estrés, pueden desencadenar nuevamente la necesidad de ese impulso y el deseo de provocar fuego. La conducta pirómana sirve como alivio a situaciones de vacío existencial, aburrimiento, frustración, rabia o deseo de protagonismo, y siendo frecuente el uso de alcohol u otros tóxicos que, con frecuencia, actúa como desencadenante del comportamiento alterado.
A los que sufren esta patología no les importa que con sus actos provoquen pérdidas humanas, materiales o incluso desequilibrios ecológicos, pero no buscan la destrucción ni sienten placer al provocar daños o dolor ajeno, como ocurriría en otros tipos de trastornos. Estas personas atraviesan por dos fases a la hora de provocar un fuego. Antes de iniciar el fuego están muy activados, se les dispara la adrenalina, encontrándose en un estado de “conciencia alterado, como de trance”, aunque hay que matizar que son conscientes de lo que hacen, no dando importancia a los daños personales o materiales que puedan causar.
Es por ello, que el incendio casi nunca es provocado en respuesta a un delirio o a una alucinación, existe conciencia plena en el acto. Sin embargo, una vez provocado el incendio, el propio fuego les mantiene atrapado y atraído y, resuelven toda la tensión acumulada, desencadenando las sensaciones de bienestar, gratificación y liberación. El individuo siente una gran tensión y activación emocional del acto, nunca después.
Paradójicamente, muchos se mantienen en las cercanías del fuego pudiendo, incluso, avisar de la existencia del incendio que han creado, participando en las tareas d extinción y cuando son detenidos se muestran colaboradores y admiten sus hechos, aunque no sienten remordimiento o culpa por ello. Muchas veces son ellos mismos los que se confiesan voluntariamente como autores materiales.
El pirómano no persigue ningún fin instrumental. Es decir, el sujeto no incendia por conseguir algo a cambio como puedan ser, móviles económicos, ideológicos, venganza o ira; sino que provoca el incendio porque le produce gratificación, bienestar o, incluso, llega a sentir un estado de liberación y satisfacción personal cuando inicia el fuego u observar las consecuencias que conlleva.