28.10.2019 | Redacción | Opinión
Por: Óscar Izquierdo
Politólogo
Preocupa, por su incongruencia, la excesiva burocracia que soportamos ante cualquier iniciativa a presentar en las distintas administraciones. Es un mal endémico, con dificultad de extirpar. Parece ser, que no hay político con agallas suficientes para acometer los cambios estructurales y las decisiones valientes, que den solución a este grave problema, que paraliza la actividad económica y enturbia las relaciones entre administrado y administrador. Algunos de los actuales y flamantes dirigentes del Gobierno de Canarias, cabildos o ayuntamientos, han implantado una nueva moda, incómoda e inútil, que retrasa todo, burocratizando aún más, cualquier trámite a realizar. Cuando se les pide una reunión, para tratar temas profesionales o intentar arreglar asuntos enquistados, sus secretarios o secretarias, dicen que tienen orden de pedir la solicitud por escrito y en dicho documento hay que detallar, pormenorizadamente, el asunto que se va a tratar en la reunión requerida. Cuidado, no vale una somera explicación de lo que se quiere hablar, no señor, hay que escribir un verdadero tratado, reseñando hasta la más mínima incidencia que se quiera introducir en el encuentro. En algunos casos, hasta para tratar con los susodichos secretarios o secretarias, por cierto, no se sabe si reciben órdenes verdaderamente al respecto o están extralimitándose en sus funciones, tampoco vale la comunicación telefónica, exigen hacerlo por escrito y si se trata de un jefe de gabinete, ya hay que hacer reverencia. En resumidas cuentas, una estupidez con toda la significación que lleva la palabra. En la sociedad de la inmediatez en la que vivimos, estos requerimientos son ridículos y fuera de lugar. Ya sólo falta que nos pidan una instancia, en papel normalizado, con una póliza de 5 pesetas. En vez de avanzar, retrocedemos a peor.
El comportamiento observado en los pocos meses que llevan gobernando los nuevos responsables públicos, están demostrando, mayoritariamente, una falta de saber estar alarmante, quizás por bisoñez o por no estar a la altura de la responsabilidad asumida. La ignorancia es atrevida, haciendo capaces comportamientos petulantes. A lo mejor, algunos, nunca pensaron en ocupar despachos con aire acondicionado o moquetas elegantes y eso trae como consecuencia, pasar de ser un ciudadano normal a un político presuntuoso, que todavía no se cree ni donde está. A los que tienen una dilatada experiencia de gobierno, se les nota por su elegancia en cada circunstancia. Por el contrario, los noveles, son ridículos en sus formas, demostrando que, para ocupar un cargo público, hace falta más que ser un fiel burócrata de partido, estar en una lista electoral de relleno o ser el pelotilla o cobista del líder de turno.
Viven instalados en el trono de la altivez, obnubilados por el oropel que les rodea, siendo incapaces de resolver asuntos, porque están muy ocupados en disfrutar de las prebendas del poder. Esperemos que esta situación se cure con el tiempo y con la experiencia que vayan acumulando con el pasar de los días, porque la tontería como la adolescencia, son etapas de la vida que hay que superar, aunque algunos quedan instalados permanentemente en la mocedad existencial.
Suele entenderse por nuevo rico, aquella persona de enriquecimiento reciente, que no se ha adaptado aún a su nueva posición e incurre en comportamientos de su condición anterior o se hincha artificial y ridículamente con su nuevo estatus socioeconómico. Si trasladamos esta definición, a la realidad política que vivimos en Canarias, encaja perfectamente con la experiencia que sufrimos con estos políticos novatos e imberbes, que terminarán con el tiempo, asistiendo a las procesiones, que suele ser la querencia culminante de una vanidad escondida o soñada.