13.02.2020 | Redacción | Relatos
Por: Domingo Batista Marrero
Los hijos de Achined viven más allá de los confines del mundo. Donde el mar es tan puro que refleja hasta sus almas, donde el sol los despierta cada día con su brillo, y les indica el final de una noche durmiendo bajo las estrellas. En un mundo en el que conviven con Bimbaches y Benahoritas, al igual que con Majos, con Canarios, y con los hijos de La Gomera. En un mundo donde hombres y animales comparten en armonía un océano inmensamente rico, y que les ha dado progreso y paz, y que también, cuán ola moldea una roca, este enorme paraíso azul ha moldeado su carácter y sus almas, convirtiéndolos en unos seres con una bondad tan grande y sincera como pocas en este mundo.
Los hijos de Achined viven en un mundo donde la única lucha que existe siempre acaba con un gesto de amistad, y donde los tambores no llaman a la guerra sino a la fiesta y a la sonrisa. Ellos se nutren de la tierra como sus abuelos los han enseñado. Compartiendo sin disputas el cielo y la tierra, pero también el mar, con todos aquellos seres que un día el gran Achamán quiso posar sobre esta tierra de ocho mundos.
Han construido su carácter sosegado y tranquilo, pero con una ira sin precedentes si son heridos, y que guardan bajo su superficie de la misma forma que los volcanes que pueblan este mundo único, guardan el fuego en su interior.
Los hijos de Achined habitan un mundo donde niños y niñas viven felices ajenos a la crueldad de guerra, y donde hombres y mujeres descubren el amor nadando entre cálidas olas infinitas y entre montes resguardados por un inmenso techo negro cubierto de estrellas...
¿Aún no crees en el Paraíso?