11.10.2021 | Redacción | Opinión
Por: Rosario Valcárcel Quintana
Blog-rosariovalcarcel.blogspot.com
La dichosa pandemia del Covi19 no termina de despedirse, ni los fuegos de verano, ni los cataclismos que provoca el planeta, como el volcán de Cumbre Vieja en la isla de La Palma, que igual que la parca ha iniciado su viaje de destrucción y dolor. Actualmente vivimos con la sensación de pérdida, de sabor a muerte, de no saber con claridad como sucumbir en este planeta por el que transitamos.
Pero los estudios han demostrado que tras un desastre natural, la gran mayoría de las personas reaccionan con valentía y se adaptan a estas situaciones estresantes sin desarrollar gran tipo de psicología grave.
Mas la vida es más sorprendente de lo que habíamos pensado o soñado y, el miedo y la amargura, los problemas de concentración, la pérdida de memoria nos ha alcanzado y hemos sufrido la ruptura interna, perturbaciones, tormentos que se ha quedado grabados en la memoria. La pandemia, la crisis sanitaria, la falta de interacción social el cambio climático, la inestabilidad económica nos está llevando a un incremento de diagnóstico de trastornos psicológicos serios. Un estudio internacional estima que la crisis del coronavirus provocó 53 millones más de trastornos depresivos.
Y, a pesar de que actualmente nos estamos incorporando a la nueva normalidad, al reencuentro por fin presencial, a cumplir nuestros deseos, esos que hace muy poco tiempo parecían incansables. A retomar los latidos callejeros, el ocio nocturno, los bailes, la belleza de la cotidianidad, el placer de las pequeñas cosas. Otros, sin embargo, siguen aterrados, no se quitan las mascarillas ni en los lugares permitidos. Viven sin disfrutar del otoño dorado, la montaña ni el mar, las tardes apacibles y las noches estrelladas. Viven con una sensación de terror, que les lleva a seguir batallando con el sufrimiento, la tristeza, la confusión, sin plantearse la opción de ir aligerando cargas, asumiendo, eso sí, todo lo vivido.
Viven con el alma en un puño, se niegan a compartir mesa con otro amigo que no sea conviviente. Sienten un miedo exagerado a ser tocado, temen el contagio, que lo alcance la enfermedad, la incertidumbre, las miserias diarias. Solo se sienten seguros en su aislamiento, en su propia cueva, en su propio mundo.
No podremos vernos, lo siento, lo siento. Salir de casa es muy peligroso. Nada es seguro.
Me dijo mi amigo Juan Ignacio, a través del teléfono, a pesar de que yo había recorrido dos mil quinientos kilómetros para compartir un ratito de amistad.
Lo triste es que los grupos más afectados han sido adolescentes, jóvenes, mujeres, personas mayores con enfermedades mentales previas y clases sociales más desfavorecidas, todos ellos han sentido una gran impotencia por no saber cómo defenderse de un enemigo invisible y letal. Por la incertidumbre ante un enemigo que nos ha llevado a la enfermedad, la pobreza, las colas del hambre, al infierno o al paraíso para siempre. Nos ha llevado a un incremento de diagnóstico de trastornos psicológicos serios.
Pero como afortunadamente el tema de la salud mental ya no es un tabú, ell@s han buscado ayuda psicológica, experimentando una gran crisis en el sistema público sanitario en España.
Una crisis que ya existía mucho antes de marzo del 2020, en la que, a diario, se suicidaba una media de 10 personas en España. Los ataques de ansiedad y los trastornos depresivos estaban al alza e íbamos a la cabeza de Europa en el consumo de ansiolíticos.
No estamos preparados para esta pandemia, ni para ningún cataclismo. Vivimos con la sensación de destrucción, de sabor a muerte, de no saber cómo sucumbir en este enloquecido mundo que nos lleva a esa desesperada confusión y al delirio brutal que alimenta las enfermedades mentales, el ofuscamiento que nutre la enfermedad, el mal, el vacío, la nada.
Los líderes de la tierra se han visto en encrucijadas dramáticas, en fenómenos complejos, en tener que buscar asesoramientos, curas secretas, en tomar opciones algunas veces no entendidas: entre salvar a millones de personas del virus, atender a uno de cada cinco españoles que sufren depresión o destruir millones de vidas por la quiebra económica.
Decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano: …El destino es un espacio abierto y para llenarlo como se debe hay que pelear a brazo partido contra el quieto mundo de la muerte y la obediencia y las putas prohibiciones.
Y para que no nos alcance la frontera entre la locura y la muerte debemos trabajar las emociones, eso es lo prioritario. También urge algún tipo de reforma drástica: campañas de sensibilización; formación y capacitación en los ámbitos sanitario y educativo. Actualización de la estrategia de salud mental. Aprobar un plan nacional de prevención ante los trastornos mentales. Además de estar convencida de que es necesario aumentar las ratios de psicólogos y psiquiatras por habitante en la Sanidad Pública, así como en atención primaria para que las terapias en grupos vulnerables no sea un privilegio de unos pocos.