19.10.2017. Redacción / Opinión.
Por: Rosario Valcárcel Quintana
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Es cierto que cuando hace miles y miles de años los hombres tuvieron necesidad de ir a cazar cualquier tipo de animal que le produjera las proteínas de la carne comenzó a matar. A engullir sin pensar en las consecuencias, sin imaginar cuántos animales deben morir para alimentar nuestro placer por la carne, chorizo, pescado, pollo…
En varios libros del escritor J.M. Coetzee comenta la crueldad que se comete en los mataderos, concretamente en su famoso libro The Lives of the Animals, la protagonista, una famosa escritora, se enfrenta a un alegato sumamente incómodo, al cuestionar la tolerancia hacia aquellos que siguen siendo parte de una industria que produce tanto sufrimiento cotidianamente:
Un reportero con una cámara oculta en la mochila filmó escenas en las que cortaban a las reses los tendones de las patas traseras, a fin de controlarlas mejor; además afirmó tener una secuencia demasiado atroz para emitirla, la de un animal acuchillado en un ojo, tras lo cual se utilizaba el cuchillo ensartado en la cuenca ocular para girar la cabeza a fin de presentar la garganta al cuchillo del carnicero…
Pero esto no es una historia de novelas, ni de dioses como eran en la antigüedad muchos animales. Morir en un matadero es lo más normal del mundo para estos seres criados para la alimentación humana. Pero ¿Hace falta matar a las ovejas a golpes o colgar a las vacas vivas con un gancho clavado en una pata antes de morir desangradas? Eso ocurrió en un matadero de Pays de Soule, en Mauléon-Licharre, el pasado año en Francia. Lo peor es que no es un hecho aislado.
Lo más triste es que a pesar del esfuerzo intelectual y la voluntad de rescatistas y activistas políticos, de los grupos en defensas de los animales, las campañas por replantear una ética respetuosa a las especies animales que también sienten y son capaces de sufrir y lo manifiestan, no se cumple las normas vigentes que protege a los animales de crueldades innecesarias. No, seguimos maltratando a los animales en jaulas, escuchando los chillidos, diseccionando, realizando experimentos con ellos. Por lo que debemos reflexionar, buscar otras soluciones.
Además debemos entender que si cada uno de nosotros come carne desde la niñez hasta la vejez te habrás comido 7 mil animales. Si investigas un poco más, verás que tu cementerio personal incluye 11 vacas, 27 cerdos, 2 400 pollos, 80 pavos, 30 ovejas, y 4.500 pescados.
Hay psicólog@s que se preguntan el por qué comemos animales, y quizás la respuesta sea, el temor de la carencia de la vitamina B12, o nuestra necesidad de comer proteínas de origen animal. Pero actualmente existen pruebas que demuestran que comer animales no solo es innecesario para nuestra salud, sino que en realidad es perjudicial. Muchas de las poblaciones más sanas y más longevas comen muy poco o ningún alimento de origen animal y hacerlo incluso se ha relacionado con algunas de las enfermedades más graves y generalizadas del mundo occidental, como el cáncer, enfermedades del corazón, diabetes y obesidad.
Es vergonzoso seguir pasivos ante este tema. ¿A qué esperamos a que el cielo nos envíe señales? Debemos hacer algo, alimentarnos tomando conciencia del problema. No sé si la solución es hacernos vegetarianos o veganos, o simplemente alimentarnos de proteínas vegetales. Lo que sí sé es que estamos cometiendo un delito con nuestros animales, que podríamos intentar otro camino. Porque lo que parece cierto es que una alimentación respetuosa con los habitantes de la tierra, cambia nuestros pensamientos, mejora nuestras emociones y nuestra salud mental y física.
Por último, como nota de esperanza, quiero resaltar que actualmente el mundo animal está recobrando el prestigio que tuvo en la antigüedad, ya que leí recientemente que en la discusión académica y social, se han hecho comparaciones de la lucha pro derechos de los animales con las luchas pro igualdad de géneros. Entonces pensé:
¿Vamos hacia el progreso y la coherencia?