20.02.2017. Redacción.
Por: Sandra Oval.
Terapeuta
Soy una persona bastante alegre. A veces impulsiva y franca, pero muy alegre. Siempre lo fui. Pero me he pasado la vida enfadada. Frustrada diría yo. Hoy sé que las cosas siempre pasan por una razón, pero antes, si no sabía cuál era esa razón, solía enfadarme mucho y arremeter contra todo el mundo, supongo que, por defecto, alguien tenía que tener la culpa.
A menudo, sentía que la vida era injusta conmigo simplemente porque las cosas no resultaban como yo las había proyectado. Era absolutamente frustrante. Además me sentía muy enfadada porque yo había puesto el alma para que todo saliera de la mejor manera posible, tratando de controlar cada maldito aspecto de mi vida para que todo encajara.
Creí que así me aseguraba salir airosa en cualquier aspecto de mi vida y que además ayudaría a los demás a hacerlo también, porque creía conocer la manera correcta de hacer las cosas. Qué risa…menudo disparate…
Recuerdo que cuando era pequeña, mi madre, ante mi insistencia al preguntar si más tarde íbamos a ir a algún sitio, siempre me contestaba: “ya veremos” (eso lógicamente, casi siempre era la antesala de un “no”pero…) ¡¡¡Aghhh qué rabia me daba eso¡¡¡ ¿No podía decir simplemente sí o no para poder organizar mi cabeza y poner la atención en otra cosa? Por lo visto, no…
Con mi padre era diferente, sin embargo generaba en mí aquella misma impotencia una y otra vez aunque elevada al cubo. Él cambiaba de idea constantemente y lo que ahora era un plan magnífico que lograba que mi corazón explotase de alegría como si tuviera dentro fuegos artificiales, cinco minutos después dejaba de serlo porque a él se le habían pasado las ganas; pero cinco minutos después volvía a serlo porque volvía a replanteárselo, aunque cinco minutos después volvía a dejar de serlo porque a él volvía a dejar de apetecerle…y así sucesivamente.
Mis emociones subían y bajaban por mi cuerpo a un ritmo vertiginoso, como una montaña rusa, haciendo que mi mente se colapsara al generar tal cantidad de expectativas maravillosas que se frustraban al momento siguiente. La mayoría de las veces terminaba vomitando y me quedaba siempre con una impotencia y frustración internas difíciles de manejar para un niño de corta edad.
Mucho tiempo después, me casé con un hombre que jamás cumplía sus promesas y que como yo, vivía fuera del ahora. Siempre estaba hablando de que cuando tuviéramos esto o aquello, haríamos esto y lo otro. Pero nunca hacíamos ni esto ni lo otro y yo simplemente me quedaba esperando a que ocurriera algo, a que los planetas se alinearan de una puñetera vez, o a que me partiera un rayo.
Me pasé todo mi matrimonio esperando a vivir y el tiempo sólo consiguió que me sintiera cada vez más enfadada y frustrada. Me sentía estafada constantemente. Siempre esperando por otros.
Cuando nació mi hija y empezó a hablar, me llevaba todo el tiempo con la lengua fuera. “¿Ya llegamos?” “¿Cuánto falta?” “¿Me va a gustar?” Todavía hoy, cuando vamos a ver una película juntas me dice: “¿Va a acabar bien?” Ella siempre con la atención fuera de su ahora…como mamá.
Algunos años más tarde, me enamoré perdidamente de un hombre maravilloso, que hizo pocas promesas y siempre trató de cumplirlas. Un guanche con tanta profundidad en los ojos como en el alma. Tímido y muy reservado, pocas veces se atrevió a expresar lo que realmente sentía, así que era yo la que se pasaba esperando todo el tiempo por las demostraciones de su amor. Me pasé toda la relación deseando que llegara el día en que, por fin, se enamorara por completo de mí.
Mi guanche tampoco hablaba nunca del futuro, rehuía continuamente hacer planes, ni siquiera a corto plazo, y a la menor oportunidad usaba la frase “yo no sé mañana…” ¡¡¡¡¡¡Pero por favor…¿¿¿¿qué era aquello, un complot????¡¡¡¡¡¡
No, claro que no. No era un complot. Él era mi espejo. Todos ellos lo fueron. Las personas que más me han amado son las personas que me han mostrado mis sombras y recovecos oscuros. Todos ellos trataron de mostrarme, desde su propia existencia y desde sus propias limitaciones, que yo no estaba disfrutando de lo que estaba viviendo. Ya era perfecto lo que estaba viviendo. Siempre lo fue. No tenía que ser mejor, porque ya era perfecto.
No supe disfrutar aquel “ahora” que tenía tanto que ofrecerme, porque siempre miré hacia lo que me faltaba. Siempre creí que eran ellos los que me causaban sufrimiento. Yo me sentía una víctima y lo era, pero de mi misma. Con el paso del tiempo aprendí que todo es perfecto. El alma tiene un plan y nadie llega a tu vida por casualidad: YO TENÍA QUE APRENDER A VIVIR MI AHORA.
Me di cuenta de que tenía una seria dificultad para vivir en el presente. Una parte de mi lo disfrutaba, pero la mayor parte de mi mente estaba pendiente de lo que no estaba viviendo, de lo que me faltaba, de cómo conseguirlo, de controlar el futuro, de planearlo, de asegurarme de hacer lo correcto para que ese futuro perfecto y maravilloso llegara cuanto antes. Por Dios…
Así que a partir de aquel día, único en el calendario de mi vida, decidí poner toda mi atención en lo que estoy viviendo en este preciso instante. En lo que siento. AHORA. He dejado de poner atención a lo que no tengo y disfruto intensamente de lo que sí tengo, que es ¡¡¡¡taaaannntísimooo¡¡¡¡
Empecé a no pensar en lo que pueda pasar mañana, porque además de que no puedo controlarlo, lo que realmente necesito vivir lo tengo ahora mismo delante. Ha dejado de importarme lo que los demás puedan pensar de mí, el efecto que pueda causar en otros lo que hago o dejo de hacer. Simplemente hago lo que necesito hacer. Porque lo siento. Porque es real y porque es mío. Vivo sin miedo a arrepentirme de lo que hago. Estoy aquí, estoy ahora. Y si las cosas en este momento son así, pues magnífico. Estoy aprendiendo a vivir sin planear. Sin controlarlo todo y sin miedo. Sobre todo, sin miedo.
Y todo ha cambiado para mi. Desde que empecé a mirar de frente mi AHORA, me he dado cuenta de que mi madre no sabía si podría contestarme un “sí”. Mi padre era un niño atrapado que jugaba a imaginar que su vida no era una trampa mortal. Mi marido era un artista aferrado a su inseguridad y a su falsa percepción de la mediocridad. Mi hija es un ser lleno de energía al que le faltan horas en el reloj para vivir todo lo que quiere vivir. Y mi guanche era un hombre atrincherado en el miedo a cometer errores, atormentado por la idea de hacer daño a los demás y ser el responsable del sufrimiento de otro…
Pero lo mejor llegó cuando empecé a soltar porque ¡¡¡¡¡¡¡¡Empezó la magia¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ ¡¡¡¡¡Ahora sí que me da la risa¡¡¡¡ Es increíble como todo empieza a suceder de manera fácil y rápida. Veo claramente por donde tengo que andar, porque el camino se abre delante de mí de una manera increíblemente nítida. No tengo que pensar nada. Las señales que me indican hacia dónde mirar, también aparecen por todos los rincones. Todo es mágico. Todo tiene una lectura y no necesito saber siempre cuál es. La mayor parte de las veces la respuesta a mis preguntas llega sola, sin que tenga que hacer nada para encontrarla. Mi alma tiene un plan y yo he dejado de ser un obstáculo…