18.02.2020 | Redacción | Opinión
Por: Magdalena Barreto González
Las calles de la ciudad se han vestido de colores brillantes. Una marea humana se divertirá al compás de la música de las orquestas, las carrozas, los kioscos o los tambores, dejando a un lado la rutina y los problemas cotidianos para disfrutar de una fiesta de interés turístico internacional; el Carnaval de Tenerife.
El Carnaval cumple con su esperadísima cita anual y las lentejuelas, las plumas, las pelucas y los accesorios más extravagantes compiten en originalidad, para dar vida a cualquier personaje.
La imaginación sube a la palestra y los baúles olvidados se abren de par en par para rescatar sueños. Durante los próximos días, los disfraces improvisados o aquellos que han requerido de una elaboración más cuidada, servirán para sacar el verdadero yo que todos llevamos dentro y convertirnos durante unas horas en quien nos apetezca.
Policías que no han tenido que opositar, bomberos que jamás se han enfrentado a un fuego, novias a la fuga, payasos con nariz de goma, brujas sin poderes mágicos, duendes y hadas, extraterrestres de este planeta, hombres que se convierten en mujeres, piratas sin pata de palo, héroes de cómic, o cualquier personaje u objeto que alguien sea capaz de imaginar. Todo vale en el Carnaval chicharrero donde la fiesta, hasta que llegue el alba o hasta que el cuerpo aguante, está más que asegurada. Disfrazamos el cuerpo y desnudamos el alma, nada es lo que parece, y sin embargo todo es real.
Derroche de alegría, de humor y de ingenio. Ganas de pasarlo bien, de aprovechar cada minuto sabiendo que es la oportunidad ideal para transformarnos y evadirnos de lo cotidiano sin tener que dar explicaciones. No experimentamos sólo una transformación física, que es la menos importante, sino también una transformación mental. De repente todo el mundo conoce el mundo tiene una sonrisa en la cara, una palabra amable y una capacidad de oratoria desconocida, aunque probablemente al día siguiente no recuerde la mayoría de los detalles.
La predisposición a ser felices porque llegó el carnaval y es la fiesta de todos, es contagiosa. Una fiesta que no entiende de paro, de crisis ni de complejos, en la todos tenemos cabida, en la que "somos más humanos" detrás de la máscara. Al contrario de lo que mucha gente pueda pensar, el mayor riesgo que se corre en el carnaval chicharrero, es el riesgo de sentirse vivo.
Es la terapia ideal para sacudirse el estrés, esa enfermedad tan socializada que de una forma u otra todos padecemos en algún momento de nuestra vida, consecuencia directa de los problemas, las prisas, el trabajo o la falta de él.
Las noches del carnaval de mi tierra son el pasaporte directo para disfrutar de la vida en otro contexto, para deshacernos de lo que nos pesa en el día a día y sentirnos más ligeros. Aunque mañana los problemas volverán a estar ahí, al menos durante unas horas se han perdido entre la multitud y el ruido. Al igual incluso, también se han puesto su mejor disfraz.
Invéntate un personaje, recicla tus sueños y dale vida a tu vida. Don Carnal está en la calle, atrévete a buscarlo, sal a su encuentro.
Y como decía la reina de la salsa en una de sus canciones más populares:"la vida es un carnaval, hay que vivirla". A DISFRUTAR¡