13.07.2019 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Las fronteras o los limes del mundo se están convirtiendo en verdaderos cementerios humanos. Inmigrantes que intentan escapar de los infiernos de sus respectivos países; sorteando vallas, fosas, cuchillas y vallas, con el objetivo de encontrar una mejor vida. Pero todo ello conlleva un precio muy alto; pagándolo con la muerte. Como describe Víctor Virueña, la mayoría de los muertos son africanos subsaharianos, que subieron a frágiles barcazas y que trataron de cruzar el mediterráneo en busca del sueño europeo: vivir en países ricos como Inglaterra, Alemania, Francia o Italia, aunque la Comunidad Europea paga a los países menos desarrollados como España y Grecia para que sirvan de países dique y contengan “la invasión”.
Con el endurecimiento de las políticas migratorias de las potencias, los países emergentes tradicionalmente “de paso” ahora se están convirtiendo en destino de migrantes, así México ha recibido a miles de hondureños, salvadoreños, haitianos y venezolanos, que, si bien en un principio querían ir a los Estados Unidos, se han quedado a vivir y han echado raíces, en España y Grecia se han quedado los migrantes de África y en Jordania los sirios e iraquíes. La migración otra vez está cambiándole el rostro al mundo.
¿Qué hacer con los migrantes? La respuesta no es sencilla y nadie tiene la solución mágica, lo único cierto es que las grandes oleadas migratorias apenas han comenzado y en un mundo interconectado, la movilidad humana es más fácil que en cualquier otra etapa histórica de la humanidad, es de prever que surgirán graves conflictos, que los nacionalismos resurgirán con fuerza y que existirán enfrentamientos violentos entre los habitantes de un lugar y los recién llegados.
Queda a las personas de buena voluntad el apoyar con los recursos básicos como comida y ropa, pero sobre todo en apoyar propuestas que resuelvan el problema a mediano y largo plazo, como la creación de fuentes de trabajo y de políticas públicas que terminen con la discriminación y la xenofobia, que privilegien la integración y el mutuo desarrollo.
Los cementerios de los ahogados en las fosas del Mar Mediterráneo también vienen convirtiéndose en la luz apagada de los sueños de miles de inmigrantes fallecidos. ¿En qué mundo vivimos? Una pregunta que me hago yo mismo para poder encontrar una respuesta que nunca llega.
Estas muertes representan la desigualdad global. La inexistente solidaridad entre pueblos fomentados por un discurso demagógico sobre las migraciones. Representan una cultura global de instituciones insolidarias, ingratas y codiciosas que eximen sus responsabilidades ante los conflictos que ellas mismas provocan. Muestran también las dificultades que existen en otras partes del mundo: la pobreza, la persecución, las guerras, la falta de derechos. Situaciones crónicas, complejas, en la que se encuentran representados demasiados intereses. Son, a la vez, el reflejo de un mundo injusto, parcial, militarizado y explotador. Pues estas muertes van acompañadas de sistemas fronterizos, policías y militares, Centros de Internamiento, controles policiales y redadas, diferencias salariales y laborales, restricción de derechos y permisos, imposibilidad de reagrupación familiar y leyes de extranjería. Estas personas muertas son la viva expresión de un mundo tan desigual que estructura las personas en función de sus riquezas, generando personas con distintas categorías; es decir, con distintos derechos a la vida, al bienestar y al progreso personal y familiar.