15.01.2024 | Redacción | Opinión
“Sé comprensivo. Cada persona que te encuentras está librando su propia batalla”, decía Platón. Pero nos falta esa comprensión. Nos sobra engreimiento y nos falta rigor. Especialmente si ya tenemos perfilada una conclusión. Llegaremos a ella como sea. No hablo de política –que también-, vale para cualquier ámbito de la vida. Cuántas veces se emiten juicios malintencionados atribuyendo intenciones de forma arbitraria e incluso perversa. Poco importa la verdad si no conduce a lo que se busca.
Esto, que es frecuente en el ámbito de la convivencia, también se da en el de la enseñanza. Reaccionamos ante los comportamientos y las palabras de otras personas sin conocer cuál es la realidad, cuál es el contexto, cuál es la pretensión de nuestro alumnado.
Y corremos el riesgo de los juicios de valor, frente a los juicios de hecho. Me viene a la memoria un vídeo conmovedor de un alumno de unos diez u once años –oriental, por ponerles en contexto- al que se ve llegando tarde a la escuela. El niño llama a la puerta del aula y se encuentra con el gesto adusto del profesor. Extiende la palma de la mano en espera del castigo. Y el profesor descarga un duro golpe con la regla sobre ella. Al día siguiente se repite lo mismo. Se ve entrar al niño cariacontecido y, sin mediar palabra, extiende la mano en espera del golpe. Un golpe certero que da de lleno en el blanco. Con la regla, de forma desabrida, el profesor empuja al niño para que se siente en su pupitre.
En el plano siguiente se ve al profesor en bicicleta circulando por las calles del pueblo. Ve al niño empujando una silla de ruedas en la que lleva a su madre enferma. Mira el reloj y comprende la causa del retraso. Cuando el niño llega unos minutos más tarde a la escuela extiende su mano como de costumbre y baja la mirada en espera del castigo. El profesor deposita la regla en su mano extendida, se arrodilla y besa la mano del niño en silencio. Seguidamente lo abraza con emoción. No se puede decir más con tan pocas imágenes. ¿Se imaginan que fuese nuestro hijo? Sería insoportable verdad… Tener un hijo es dejar el corazón fuera del cuerpo de por vida. ¡Cómo duelen!
Cuando interpretamos el comportamiento de los demás sin conocer las circunstancias y sin recibir las explicaciones del interesado corremos el riesgo de emitir juicios infundados, de faltar a la verdad y en consecuencia causar daño. Si nos dejamos llevar por prejuicios (pre-juicios) de cualquier comportamiento, palabra o actitud podemos llegar a una conclusión lesiva para el prójimo.
Además de nuestras actitudes en el análisis de la conducta o la palabra de los otros, existen las dificultades técnicas de la comunicación. Entre lo que pensamos, lo que queremos decir, lo que realmente decimos, lo que queremos oír, lo que oímos, lo que creemos entender y lo que entendemos… existen ocho posibilidades de no entenderse, de alejarnos de la verdad.
Cuántas veces erramos a diario por no tener en cuenta al otro, por no ser prudentes, por no observar y por no detenernos antes de actuar. Creo que somos carne de la inmediatez, del cálculo fácil y del comentario descarnado y sin fundamento.
Todos deberíamos hacer un esfuerzo por respeto al prójimo y por amor a la verdad. Mejorar nuestras relaciones, en todos los ámbitos de la vida, haría este mundo menos hostil, más habitable y más hermoso. Oscar Wilde, que nos dejó tantas frases solemnes, dijo: “Si uno dice la verdad, tarde o temprano será descubierto”. Pues eso, que nos descubran.
Feliz semana