La vejez: una carga familiar

14.12.2019 | Redacción | Opinión

Por: Rafael J. Lutzardo Hernández

Seamos sinceros y realistas. Cuando somos mayores ya somos un estorbo para las familias y amigos. Muchas son las personas que en la actualidad están ingresadas en los geriátricos y son olvidadas por sus respectivos familiares. Pasan los años, y muchos de ellos/as mueren sin poder acariciar la mejilla o la mano de un ser querido. Esa es la verdadera realidad de muchas personas mayores ingresadas en los centros geriátricos. Cierto, que también hay algunos/as que son visitados por sus familiares, pero muy pocos son los casos.

Escribe la psicóloga y escritora, Alicia López Blanco, que la vejez, como toda crisis vital, supone una oportunidad. El hecho de disponer de más cantidad de tiempo le abre la puerta a un abanico de posibilidades de realización que pueden transformar esa etapa en productiva y gratificante. Sobre todo si se cuenta con un grupo de amigos, con relaciones familiares estrechas y cálidas, y se ocupa el tiempo de ocio en actividades placenteras. Pero no todos los que llegan a esa instancia de la vida han desarrollado los recursos necesarios para afrontarla y verlo de ese modo, por lo que muchas situaciones problemáticas, como la jubilación, la viudez o la pérdida de amigos de su generación, pueden ser disparadoras del deterioro. En esos casos, quienes no logran realizar los necesarios duelos por las diversas pérdidas no son capaces de reorganizar su tiempo y su vida, o se encuentran en situación de enfermedad, terminan dependiendo, en mayor o menor grado, de hijos o familiares.

El panorama se torna crítico cuando los padres ya no pueden cuidarse por sí mismos y pasan a depender de los hijos hasta para lo más básico. Esto implica un cambio muy trascendente para ambas partes, pues el adulto mayor pierde su independencia física y sus costumbres, teniendo que adaptarse a los tiempos y maneras de hacer de los demás y, por otra parte, el hijo adulto tiene que asumir y aceptar el papel de cuidador, al tiempo que sigue siendo hijo.

Para quien se encuentra en una etapa constructiva de la propia vida, constituye una enorme dificultad y obstáculo ocuparse de manera adecuada de un anciano que ya no puede vivir solo, necesita compañía y cuidados permanentes. Para atender a esta situación, cada familia tratará de encontrar una solución, ocupándose personalmente o contratando personal auxiliar para colaborar en la tarea, si los medios económicos se lo permiten.

El punto más crítico y doloroso se alcanza cuando, por variadas y válidas razones, se plantea la posibilidad de la institucionalización del anciano, circunstancia que afecta profundamente a toda la familia y genera enormes sentimientos de culpa. Estos pueden paliarse si revisamos nuestra conducta y establecemos que hemos actuado con responsabilidad y compromiso, y apelado a otras alternativas de solución. Puede que hayamos llegado al punto en el que nuestra integridad esté en peligro y ya no podamos sostener más la situación y veamos la internación como única salida, como el último recurso.

Una variable muy importante a tener en cuenta, en estos casos, es el estado de lucidez mental en el que se encuentre el anciano. El adulto mayor, en lo cotidiano, realiza un gran esfuerzo para sobrellevar uno de los signos de envejecimiento más usuales como es la pérdida de memoria. Para atenuarla, se organiza de manera esquemática en su conocido terreno, por lo que muchas veces este tipo de deterioro no queda en evidencia. A la hora de internarlo en un establecimiento geriátrico es necesario evaluar lo que significará para él moverse y adaptarse a un nuevo lugar, pues las dificultades -que pueden haber permanecido ocultas gracias a la estructuración de las costumbres en la casa y sus inmediaciones- suelen revelarse drásticamente cuando ingresa al nuevo ambiente y llevarlo a desarrollar un cuadro depresivo.

En muchos casos, la institucionalización puede ser la mejor opción para el adulto mayor y para los familiares, pues ciertas patologías requieren de cuidados especiales que no pueden brindarse en la casa. Por otra parte, quienes asisten por años a estas personas pueden verse dañados en su salud física y mental, sucumbir ante la sobrecarga y deteriorarse junto a su familiar.

No vamos a equivocarnos si a la hora de afrontar esta difícil decisión aplicamos el principio de no hacerle al otro lo que no quisiéramos que nos hagan, por lo que, si nos vemos en la situación de institucionalizar a un ser querido, sería bueno preguntarnos qué desearíamos para nosotros si nos halláramos en esas circunstancias pues, si tenemos la suerte de llegar hasta esa etapa, no hay duda de las altas probabilidades que tenemos de ocupar ese mismo lugar.

Rafael J. Lutzardo Hernández

Rafael J. Lutzardo Hernández

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