La travesía de la muerte

24.04.2021 | Redacción | Opinión

Por: Rafael J. Lutzardo Hernández

La realidad vivida en todas aquellas personas que se han visto obligadas a buscar una mejor vida en otros lugares de las fronteras de sus respectivos países y a la vez convertirse en inmigrantes ilegales, le convierten en unos seres humanos especiales, motivado por las duras circunstancias por las que tienen que pasar y sufrir. Incluso, pagándolo con sus propias vidas. También, la inmigración africana ilegal se ha convertido en poesía y canción a través del dolor y el sufrimiento en la travesía de la muerte.

Por todo ello, escribe Eduardo Galeano, que desde siempre, las mariposas y las golondrinas y los flamencos vuelan huyendo del frío, año tras año, y nadan las ballenas en busca de otra mar y los salmones y las truchas en busca de sus ríos. Ellos viajan miles de leguas, por los libres caminos del aire y del agua.
No son libres, en cambio, los caminos del éxodo humano.
En inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible.
Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente.

Les han robado su lugar en el mundo. Han sido despojados de sus trabajos y sus tierras. Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados.

Los náufragos de la globalización peregrinan inventando caminos, queriendo casa, golpeando puertas: las puertas que se abren, mágicamente, al paso del dinero, se cierran en sus narices. Algunos consiguen colarse. Otros son cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, o cuerpos sin nombre que yacen bajo tierra en el otro mundo adonde querían llegar.

Sebastião Salgado los ha fotografiado, en cuarenta países, durante varios años. De su largo trabajo, quedan trescientas imágenes. Y las trescientas imágenes de esta inmensa desventura humana caben, todas, en un segundo. Suma solamente un segundo toda la luz que ha entrado en la cámara, a lo largo de tantas fotografías: apenas una guiñada en los ojos del sol, no más que un instantito en la memoria del tiempo.

Por otro lado, en la página digital de solidaridad.net, hay una hermosa canción dedicada al mundo de la inmigración titulada: “No me llames extranjero”. No me llames extranjero porque haya nacido lejos o porque tenga otro nombre la tierra de donde vengo.

No me llames extranjero porque fue distinto el seno o porque acunó mi infancia otro idioma de los cuentos.

No me llames extranjero si en el amor de una madre tuvimos la misma luz en el canto y en el beso con que nos suenan iguales las madres contra su pecho.

No me llames extranjero ni pienses de donde vengo. Mejor saber dónde vamos, a dónde nos lleva el tiempo.

No me llames extranjero porque tu pan y tu fuego calman mi hambre y mi frío y me cobija tu techo.

No me llames extranjero. Tu trigo es como mi trigo, tu mano como la mía, tu fuego como mi fuego, y el hambre no avisa nunca, vive cambiando de dueño. Y me llamas extranjero, porque me trajo un camino, porque nací en otro pueblo, porque conozco otros mares, y un día zarpé de otro puerto.

Si siempre quedan iguales en el adiós los pañuelos y las pupilas borrosas de los que dejamos lejos los amigos que nos nombran y son iguales los besos y el amor de la que sueña con el día del regreso.

No, no me llames extranjero. Traemos el mismo grito, el mismo cansancio viejo que viene arrastrando el ser humano desde el fondo de los tiempos cuando no existían fronteras antes que vinieran ellos; los que dividen y matan, los que roban, los que mienten, los que venden nuestros sueños, ellos son los que inventaron esta palabra extranjero.

No me llames extranjero, que es una palabra triste, que es una palabra helada, huele a olvido y a destierro.

No me llames extranjero. Mira tu niño y el mío, cómo corren de la mano hasta el final del sendero.

No los llames extranjeros. Ellos no saben de idiomas, de límites, ni banderas. Míralos, se van al cielo con una risa paloma

que los reúne en el vuelo.

No me llames extranjero. Piensa en tu hermano y el mío, el cuerpo lleno de balas besando de muerte el suelo. Ellos no eran extranjeros, se conocían de siempre. Por la libertad eterna igual de libres murieron.

No me llames extranjero. Mírame bien a los ojos mucho más allá del odio, del egoísmo y el miedo, y verás que soy persona. No puedo ser extranjero.

Rafael J. Lutzardo Hernández

Rafael J. Lutzardo Hernández

Rafael J. Lutzardo Hernández

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