02.06.2024 | Redacción | Opinión
Por: Alejandro de Bernardo
No hace falta tomar bebidas espiritosas para hablar y debatir sobre la felicidad, aunque suben considerablemente las aportaciones si eso ocurriera. He mantenido y lo sigo haciendo que no hay un estado de felicidad sino momentos felices. Estar feliz todo el tiempo me resulta complicado hasta de entender.
O igual es que la felicidad es algo tan personal, tan íntimo y tan preciado que consigue no contaminarse con toda la basura que nos envuelve: la adicción al móvil, la ansiedad, la precariedad, el paro, la corrupción, la violencia machista, las dificultades para tener una vivienda digna, el oscuro futuro para los jóvenes… por eso me cuesta entender que ocho de cada diez españoles se ponga un notable alto en sus niveles de felicidad. Eso dice la última encuesta del CIS. O a lo mejor es que no decimos una verdad ni al médico. Vamos, que mentimos también en las encuestas. También podría ser una conclusión lógica si nos comparamos con lo que tenemos alrededor. Otra explicación se asienta en que, en el cara a cara, nos cueste más reconocer cierta infelicidad. De hecho está constatado que si la encuesta se hace telemáticamente bajan considerablemente las notas que nos ponemos. Ese pudor nos puede. Decir que nuestra vida es una mierda no es nada fácil de reconocer ante los demás.
Leí por ahí que la felicidad es un malentendido muy de nuestro tiempo. No sé exactamente qué se quiere decir con eso, pero es que estamos hablando de algo tan complejo, mejor dicho, somos tan complicados que sentimos infelicidad hasta cuando llegamos segundos. Y estamos en el pódium. De ahí que la medalla de plata sea la más amarga porque siempre hay alguien que ha llegado antes y no nos fijamos en todos los que han quedado detrás e incluso en los que ni siquiera han podido competir.
Me pongo a pensar en esas palabras, tiranía y felicidad, y me choca puedan comparecer juntas. Aparentemente una es buena y la otra menos. Lo que está claro es que explicitan un hecho muy frecuente en la sociedad de este milenio. Y es que parece que estuviéramos obligados a estar felices siempre. Y nos condiciona. Vaya si nos condiciona. Hay muchos momentos en los que uno no está precisamente para dar botes de alegría. Es normal. Los momentos de infelicidad también son necesarios.
Esta necesidad que nos hemos creado nos hace estar constantemente preocupados y obsesionados con nosotros mismos, con nuestros pensamientos y nuestras emociones. Hemos llegado a un punto en el que se supone que uno no puede aburrirse, enfadarse ni estar triste. Y es que todas las emociones deben experimentarse. Si entramos en Instagram, Facebook o cualquier otra red social vemos que todo el mundo parece de anuncio. ¿Son felices? Pudiera ser pero no me lo creo. Se ha instaurado el ser feliz a costa de lo que sea. La felicidad se ha convertido en un problema, porque después de todo ¿A qué vinimos a este mundo? A ser felices ¿no?, pues hala, que vayan cocinando las perdices.
Hay tantos caminos y tantas nociones de felicidad como personas en el mundo. Cada quien debería tener el derecho de decidir qué es la felicidad. Lo que nos lleva a concluir que las respuestas sobre esta palabra no hay que buscarlas en el interior del diccionario sino en el interior de uno mismo. ¿No le parece?
Feliz domingo.