13.06.2018. Redacción | Opinión
Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Está de moda todo lo ecológico, lo que no causa daño a nuestro medio ambiente. Todos los años acaban en los mares y océanos de este maltratado planeta más de ochenta millones de toneladas de plásticos. Ahora casi todo el mundo apuesta por energías renovables, lo cual me parece loables. Pero hemos sido nosotros los culpables del grave deterioro que sufre la Tierra.
En mi infancia y juventud, las botellas de leche, de refrescos y de cerveza, todas de cristal, las devolvíamos a la tienda donde las adquirimos, que la reenviaba a las fábricas para ser lavadas y esterilizadas antes de rellenarlas, de tal manera que se podían usar los mismos envases una y otra vez, como he leído en un post muy difundido en las redes sociales.
Subíamos las escaleras de las oficinas, de los comercios y de nuestras viviendas porque los ascensores eran un lujo y no había escaleras mecánicas. Íbamos andando a las tiendas y a hacer cualquier diligencia, en lugar de coger coches de 150 cv cada vez que necesitamos recorrer doscientos metros.
Se lavaba la ropa a mano y la secábamos tendida en el patio o la azotea, a la exposición del viento y del sol, es decir aprovechábamos las energías eólica y solar, que son limpias y mucho más ecológicas.
A mediados del siglo XX o en los años sesenta teníamos un aparato de televisión o de radio en casa, no un televisor en cada cuarto. Y un solo teléfono, no cinco repartidos por el hogar, más los móviles individuales de cada miembro de la familia.
En las cocinas no había pequeños electrodomésticos y todo se molía, se batía y se guisaba. Ni microondas, ni batidoras, ni exprimidores automáticos ni abrelatas eléctricos. Y bebíamos agua del grifo o de las fuentes públicas, en lugar de usar vasitos y botellitas de plástico cada vez que ahora lo hacemos.
Los chicos de nuestra infancia y juventud íbamos a la escuela caminando o en bicicleta o cogíamos una guagua si existía una mayor distancia entre nuestro domicilio y el colegio Ahora los niños usan y abusan de sus padres como si fueran taxistas de guardia de manera permanente.
No sabíamos lo que era un GPS ni necesitábamos ningún aparato electrónico para recibir una señal de satélite que nos indicara dónde estaba un restaurante y, entre muchas otras cosas, nuestras madres nos daban la talega de tela, cosida por ella misma, para que fuéramos a buscar el pan.
Creo que éramos más felices. Y más nosotros mismos. ¿No creen?