La democracia en España no vino sola.

23.10.2017. Redacción / Opinión.

Por: Rafael J. Lutzardo Hernández

Momentos difíciles y comprometidos para España. Momentos de incertidumbres, incógnitas y sensaciones de miedos. Todos esos temores y nerviosismos en una gran parte de la población civil española, incluyendo en las clases políticas y del propio Rey, vienen producidas por una Cataluña que pide independizarse de España y de paso, fraccionarla. Pero no toda Cataluña es parte implicada del aparato propagandístico de Artur Mas y Carles Puigdemon. Hay que recordar, que tras la muerte del dictador España tenía “hambre” de liberta y de democracia. Para ello, surgió la figura de Adolfo Suárez, el cual basó su tarea en: la articulación de «un sistema de libertades, un nuevo modelo de convivencia social y un nuevo modelo de Estado». Con el trabajo de muchos, pero ciertamente con su impulso, España produjo un cambio radical. Quizá un político más sesudo habría preferido tomarse las cosas con algo más de calma. Aquel hombre atlético, coqueto y seductor, siempre con trajes de un corte perfecto, con un cigarrillo entre los dedos y pésimo comedor, demostró audacia. Sin duda, fue una figura imprescindible de la Transición y primer presidente de la democracia española.

Entre los hitos de su mandato estuvieron los Pactos de la Moncloa, fundamentales para evitar que el malestar provocado por la calamitosa situación económica diera al traste con la transición política; la ley de amnistía de 1977 antecedida de aquella entrevista con la cúpula militar, el 8 de septiembre de 1976, en la que desplegó toda su capacidad de convicción; la trascendental ley de reforma política, vendida a los elementos más recalcitrantes de la derecha («no se pretende hacer borrón y cuenta nueva», prometió ante el pleno del Congreso); la legalización del PCE, que en las Fuerzas Armadas se vivió como la traición de un hombre sin palabra («nuestro pueblo es suficientemente maduro como para asumir su propio pluralismo», argumentó él), y, por supuesto, la Constitución y el Estado de las autonomías.

Como dice mi amigo, Pedro Gabriel Hernández González, “la democracia no vino sola. Antes hubo que luchar mucho, dejando por el camino sudor y sangre en la época de la dictadura franquista”. Y no le falta razón. No fue nada fácil para el pueblo español conseguir un consenso de cara a la unión y acuerdo de todos los partidos políticos de aquella época. Por todo ello, n marzo de 1977 Adolfo Suárez decretó la amnistía política, una demanda de toda la oposición. Se legalizaron todos los partidos, incluido el Partido Comunista, y también los sindicatos. El 15 de junio de ese mismo año se convocaron las primeras elecciones libres, a las que Suárez se presentó como cabeza de lista en Madrid por la coalición Unión de Centro Democrático (UCD).

Ahora resulta ser que una parte de Cataluña, con su aparato propagandístico e ilegal, da un golpe de estado a la democracia; desafiando, provocando y echándole un pulso al Gobierno de España y a la propia corona. No señores independentistas de Cataluña. Así no se consiguen las cosas. Incluso, si esa búsqueda por la independencia en Cataluña resultase ser por los medios legales, les diría que es un derecho que les asiste, pero de la forma que lo han querido llevar a cabo, solamente se entiende como un golpe bajo a la democracia y al aparato del Estado español. Así pues, España está más unida que nunca y es gracias al independentismo que Carles Puigdemont y su equipo promueve desde Cataluña. La población lo tiene claro; no a una España sin Cataluña, no al referéndum ilegal.

 




 

 

 

 

 

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