02.10.2017. Redacción / Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
En mi oficio vocacional de periodista, gran parte de mis más de cuarenta años de trabajo en distintos medios informativos la dediqué a ser corresponsal de información política local y autonómica para diarios impresos y emisoras de radio, sobre todo cubriendo todo lo noticiable que generaba una institución tan querida como el Cabildo de Tenerife, en las etapas de Galván Bello, Segura Clavell y Adán Martín como presidentes de aquella corporación, y más trade como cronista en el Parlamento de Canarias, además de hacerme cargo de todo lo relacionado con los partidos políticos que existían y existen en el Archipiélago.
Pero en este oficio he hecho casi de todo, desde corregir pruebas tipográficas, con las manos manchadas de tinta y los brazos quemados por gotas de plomo fundido en las calderas de las linotipias de entonces --en mis comienzos--, maquetar páginas, distribuir las secciones de un periódico o insertar la publicidad de la forma más racional posible.
También he acudido a centenares ruedas de prensa, a distintos estadios y pabellones deportivos y he sido enviado especial a distintas partes de la España continental y a algunos países de América y de Europa, lo que me sirvió de mucho en esta vida y me promocionó a diversos puestos de responsabilidad en distintas empresas, hasta que cansado del olor nauseabundo de las alcantarillas de esta profesión, me retiré discretamente a contemplar el acontecer diario y me puse a analizar y a comentar lo que veo, para opinar según mis pareceres y criterios sobre diversos asuntos, en mi propia casa, frente a la pantalla de mi ordenador.
Es la presente una época dorada en mi vida, ya otoñal, de la que disfruto serenamente, aunque me sigo llenando de enemigos por mis a veces atrevidos comentario, aunque esos son daños colaterales, como dicen los belicistas, de esta maldita profesión.
Hubo una época que lo pasé mal, porque no sé si como castigo --por lo aprensivo que soy--- me mandaron a la sección de Sucesos de determinado periódico y recuerdo con tristeza aquellos meses, por dos desagradables hechos, que les voy a contar ahora.
El primero fue presenciar el cadáver de un muchacho de apenas dieciocho o diecinueve años, que se había desnucado en su coche tras colisionar con un muro en una calle del Polígono Costa Sur de la capital tinerfeña, a primera hora de la mañana, que me revolvió las tripas y no se me ocurrió otra cosa que decirle al fotógrafo que me acompañaba que no se le ocurriera enfocar aquel cuerpo humano yacente, con las manos asidas al volante.
El segundo fue un mal trago que pasé, cuando tuve que ir a un velatorio montado en un piso del barrio capitalino de la Cruz del Señor, donde se encontraba córpore insepulto el cadáver de una preciosa muchacha, llamada Milagros, hija única de un matrimonio destrizado, porque aquella niña había sido asesinada en el monte de Las Mercedes por una pareja de seres indeseables, que intentaron violarla. Y yo no tuve más remedio que ir a dar con los padres de aquella víctima y pedirle, encogido de tristeza, una foto de colegiala de la criatura, para poderla publicar en el periódico.
Ejercer esta profesión tiene su alegrías y satisfacciones, pero muchos más disgustos y sinsabores de lo que muchos de ustedes pudieran creer. Estos dos momentos a los que me he referido han permanecido imborrables en mi mente, a pesar de haber transcurrido los años... Y eso.