09.09.2019 | Redacción | Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Este país es tan especial, por decirlo de alguna forma que no hiera la sensibilidad de nadie, que todo somos buenos y personas ejemplares cuando ya dejamos de existir, pero en vida nos complicaron nuestra permanencia temporal en este planeta.
Los tanatorios y las iglesias están casi siempre llenas de gente apenada por la marcha de un familiar o de un amigo y, al parecer, todos los difuntos llevaron una vida ejemplar y muchos de ellos sufrieron una grave dolencia que sobrellevaron con una gran resignación cristiana, mentiras que no ser las creen ni los que propagan esos hipócritas mensajes delante de ramos de flores y de coronas que rodean al féretro del cadáver, todavía corpore insepulto.
El veterano periodista deportivo José María García ha denunciado estos días, cómo Blanca Fernández Ochoa atravesaba últimamente una mala racha, sin un euro en sus bolsillos y cómo los dirigentes de la federación a la que pertenecía ni otras autoridades deportivas españolas le facilitaron un empleo, para salir de su particular crisis económica y emocional.
Al fin y al cabo, Blanca fue una pionera en el deporte femenino español y la única mujer de este país en conseguir una medalla en los Juegos Olímpicos de Invierno, que son los reservados a las especialidades relacionadas con la nieve.
¿De qué le vale ahora a la señora Fernández Ochoa que le pongan su nombre a un polideportivo madrileño? Las ayudas y los homenajes a las personas que han destacado en algo deben ofrecerse y celebrarse en vida de los protagonistas.
En esta triste y desgraciada España nuestra pocas cosas han cambiado con el paso del tiempo. La envidia es el deporte nacional por excelencia y muchos ciudadanos parece que se alegran de ver a personas famosas en situaciones difíciles, cuando quienes pueden echar una mano en un momento determinado no quieren saber nada y sencillamente miran para otro lado.
En el caso de Blanca, entre todos acabaron con su vida y ello decidió marcharse de este mundo tan cruel como incomprensible. Espero que donde hoy esté se haya reunido con Paquito, su hermano mayor, y goce ya de una felicidad plena y eterna. Es lo menos que podemos desearle.