21.06.2020 | Redacción | Opinión
Por: Óscar Izquierdo
Presidente de FEPECO
Parece que molesta o por lo menos, hay algunos que así lo perciben, que se hable con franqueza, exponiendo los asuntos tal cual son, sin ambigüedades, ni componendas de ningún tipo. Quieren que todo siga igual, para mantener las prebendas que gozan y no cambiar nada, aunque eso signifique estancamiento para el conjunto. Es aquello de que mientras yo me salve, que los demás se hundan, siendo el egoísmo personificado, rampante y malévolo. Que cada cual se comporte como quiera, pero todos tenemos una responsabilidad social, por exigencia ética y moral. Hay que cumplirla, porque es saludable vivir en plural, ya que el bienestar de todos es el mejoramiento de cada uno. Decía el filósofo Séneca que “no hay bien alguno que no nos deleite si no lo compartimos”. Asistimos a un deterioro significativo de aquellos valores, que nuestra generación y las anteriores, respetábamos con finura urbanidad y conciencia formada. Ahora todo vale, la verdad es la que cada cual quiere, no hay referentes donde agarrarse, ni cimientos donde levantarse. Todo es volátil, pasajero, efímero. Sobra lo farsante y mojigato, la doble cara.
Viene a cuento esta introducción, por las distintas problemáticas que estamos continuamente sacando a la luz, por cierto, con el único objetivo de ayudar a mejorar y que encuentran algunas reticencias, por decirlo suavemente, de aquellas personas físicas o jurídicas, que no les gusta que se publiciten. Cuando piensan que tienen absolutamente todo bajo su control y se lo creen verdaderamente, no soportan que alguien les pueda descubrir su codiciado secreto que, en la mayoría de los casos, es conocido públicamente o sospechado, con bastante consistencia por todo el mundo. La crítica no es agradable para quien la recibe, pero tampoco, por sensatez y seriedad, para el que la realiza y más si es pública. No es buen trago, ni se hace alegremente, pero cuando se tiene el sentido de la responsabilidad asumido desde niño, después enseñado en los distintos niveles educativos y por último, confrontado en la vida, se asume con naturalidad y entereza.
El problema que existe en Tenerife y así nos va, es el escandaloso “silencio sonoro” de personajes públicos de la sociedad civil o de entidades y organizaciones de distintos ámbitos, que mantienen un sigilo excesivo y una prudencia sepulcral, para denunciar lo que es necesario reclamar públicamente. En las reuniones privadas o cenáculos restringidos que se mantienen, la valentía es enorme, allí se desfogan, critican por doquier todo y a todos, hay ocasiones en que parecen héroes de leyenda y hasta uno llega a emocionarse al oír esas grandilocuentes declaraciones reivindicativas. Pero después, cuando se acaban esos encuentros, todo se finiquita, se diluye como un azucarillo en un vaso de leche desnatada, de allí para fuera ya no se dice nada, porque hay miedo a que, si se habla, se tomen represalias por parte de aquellos a los que en las citadas reuniones han estado poniendo a caldo. No me identifico en absoluto con esa forma de ser y actuar, es hipócrita, pienso, por el contrario, que hay que empujar, sumar, aportar y proponer públicamente, como representante de una organización empresarial, que para eso está, lo que haya que decir y hacer en cada momento, sin ambigüedades y clarito, ser un verso suelto o un martillo pilón, no significa que sea el que esté equivocado, a lo mejor, es que los otros están amordazados por vaya usted a saber qué. Y para que lo sepan, cuando recibo mensajes, para que me calle, intentando amedrentarme, más fortaleza me dan para seguir en la brega.