“Habitar el presente”

25.03.2021 | Redacción | Opinión

Por: Alejandro de Bernardo

adebernar@yahoo.es

Una sensación que se va haciendo cada día más nítida, más intensa. Una sensación que puede ser una trampa. Estamos viviendo la vida como si estuviera en pausa. La vida no se detiene, pero el confinamiento, cierre de comercios, restaurantes, el toque de queda, uso de mascarillas, mantenimiento de distancia, permanencia en casa… nos llevan a sentir, peligrosamente, que estamos viviendo a medio gas. Pero no sé si esta sensación de pausa es psicológicamente sana. Nos hace vivir la vida con sordina, como si hubiese que vivir añorando lo que teníamos o esperando que se reanude lo que hubo.

Hay quien dice que la vida empieza cuando dejas de esperar y esperas el máximo del momento en el que estás. Y he pensado que seguramente sea así. Que la plenitud está en vivir aquí y ahora. Es decir, en este espacio y este momento. Esa es la plenitud. La importancia  del habitar en el aquí (espacio) y en el ahora (tiempo), pues es donde residimos y podemos transformarnos, tomar contacto con nuestras sensaciones y darnos cuenta del contenido de nuestros sentimientos y de nuestras relaciones.

Habitar el presente parece fácil, pero conlleva un entrenamiento. Tenemos la tendencia de irnos hacia el pasado o hacia el futuro, escapando con asombrosa facilidad de nuestro presente, que es lo que tenemos. No es tan fácil. Las  actitudes que hacen hincapié en “era feliz cuando…“ o ”sería feliz si…” nos alejan de la plenitud del presente. “Carpe diem” que describía Horacio. Y así es. Es aquí donde está la vida. Es ahora cuando la podemos vivir. Ahí está la clave.

Y en el aquí, y en el ahora, ya se estrenó la primavera. Y he tenido la sensación de encontrármela ahí, tras la ventana. Algo traía el viento en las manos, algo que se deslizó como si viniera vestido de plumas, con esa manera que tienen las cosas que se anuncian en la piel. Y me ha pasado como cuentan que le pasó a Perrault, a quien la primavera una vez le sorprendió escribiendo, como a mí, y entonces, dicen, posó la pluma sobre el papel, se levantó, fue hasta la ventana, la abrió, respiró profundo y exclamó: «¡Huele a hadas¡”, y se fue a dar un paseo por el jardín. El resto de la historia afirma que de aquel paseo nacieron los deliciosos cuentos que llenaron de sueños nuestra infancia.

Y yo, que pensaba escribir sobre diputados en desbandada, sobre elecciones a la carrera, la aprobación de la eutanasia…, de pronto me he dejado llevar por esa luz – que nada tiene que ver con la del final del túnel por dos veces esquivada- y por esa brisa con olor a hadas, y he pensado que debía escribir de esto, porque a veces uno, por muy de su tiempo que sea, se ve bañado por una luz de ayer, y después de asombrarse de que aún esté aquí, tan nueva y precisa como entonces, anunciando la primavera con el leve aroma que un hada matinal y volandera derrama a su paso, tiene que dejarse llevar y hacer lo que le pide la sangre, esa sangre que me dice que era exactamente esa misma mañana, esa misma luz, la que vio el poeta sagrado Du Fu, cuando hace dos mil años, escribía: “la patria está quebrantada, mas permanecen sus ríos y sus montañas”. Nadie muere la víspera ni al día siguiente. Vivamos.

Imagen: Alejandro de Bernardo | CEDIDA

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