04.09.2023 | Redacción | Opinión
Por: Luis Alberto Serrano
Gabón es una excolonia francesa rica en petróleo y minas de minerales, pero sumida en la pobreza. Desde hace unos años, que naufragaba en una crisis entre acusaciones de corrupción y fraude electoral. Esta semana, un golpe de estado militar, ha sido depuesto el presidente Ali Bongo; que se encuentra en estado de arresto domiciliario. Ya se han abierto las fronteras, que permanecían cerradas desde el que las fuerzas armadas tomaran el control del país. El dirigente derrocado ostentaba el poder desde que en 2009 reemplazó a su padre que llevaba gobernando desde 1967. 56 años en los que la familia Bongo perpetuó la supremacía en un país en el que los recursos no han debido ser distribuidos equitativamente. Motivos por los cuales, han sido multitudinarias las demostraciones de alegría. Hay que recordar que, unas semanas antes, el presidente Bongo había ganado los comicios, ganándose la reelección.
Es el octavo golpe de estado en África en tres años. Esto da noción clara de la inestabilidad de esos gobiernos plegados a sus intereses económicos particulares. Siendo el continente que más desigualdad social hay entre ricos y pobres, los estamentos privilegiados buscan fórmulas para mantenerse en el poder. Durante el siglo pasado tenemos muchos casos de gobiernos que fustigaban a sus pueblos bajo un régimen de terror. Por poner ejemplos que recuerden; Mobuto “el carnicero de Zaire” o el ugandés Idi Amín. Con fuertes ejércitos, dominaban a sus súbditos que no tenían armas con que defenderse de sus atropellos y asesinatos selectivos o en masa. Hoy, los escenarios cambian. En el siglo XXI, el dinero negro mueve muchas fichas. El narcotráfico compra gobiernos y el tráfico de armas se vende al mejor postor. A ello, hay que añadir el crecimiento de los fundamentalismos religiosos que, con la pantalla de la ideología, se acaban convirtiendo en bandas terroristas extorsionando a aldeas pobres o gobiernos.
Es algo así como lo que sucede en la época feudal reflejada por mi maestro Akira Kurosawa en su genial película “Los 7 samuráis”. En ella, unos campesinos, hartos de pagarle tributos a una banda de malhechores que los someten a base de infringirles miedo, acaban contratando a una banda de guerreros que los defiendan. Pues eso está pasando ahora que, en este ciclo de hambruna y escasez, los pobres se están aliando a los que les vendan un halo de esperanza en que van a mejorar. Y ello puede ser el dinero ruso que apoya a los que tengan el poder de las minas, del comercio chino intentando vender a bajo precio para hacerse con el mercado o el narcotráfico buscando crear un corredor de droga por toda la franja de Sahel. Que casualidad que haya habido golpes de estado en toda la esta zona que comunica Asia con el Océano Atlántico y que permitiría comercio de “todo” tipo de “cosas” desde América a Asia. Si ya vemos que se han derrocado los gobiernos de Maurtitania, Mali, Niger, Sudán y República Centroafricana, solo queda la del Chad para tener el corredor abierto. Pues nada, tiempo al tiempo.